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AURORA: ¡Qué necio y qué porfïado! NARCISA: Por fuerza ha de ser lo uno si es lo otro. AURORA: ¿Hay tal enfado? ¡Hola! No entre aquí ninguno, Esté ese jardín cerrado. Salid vos también afuera; guardad la puerta. BRIANDA: ¡Portera, siendo dueña! ¿Hacerme quiso ángel de este paraíso? En mi mocead sí fuera; pero ¡cuando dan despojos al tiempo, que no resisto, mis años, y mis enojos...! Hasta agora, ¿quién ha visto ángel con tocas y antojos?AURORA: ¿Qué es lo que Carlos pretende con tanta embajada, hermana? NARCISA: Escribiendo se suspende de Amor la llama tirana, que en él tu memoria enciende. Mientras no te ve te escribe, y en respuestas que recibe, apoya ausencias crueles; que la esperanza, en papeles tal vez, como joya vive; y fïado en el concierto y palabra que le dio mi padre, tiene por cierto ser tu esposo.
No éramos sino tres amigos. Los dos de la confidencia, en cuyo par me contaba, y el descubridor de la espantosa fuerza que, sin embargo del secreto, preocupaba ya a la gente.El sencillo sabio ante quien nos hallábamos, no procedía de ninguna academia y estaba asaz distante de la celebridad. Había pasado la vida concertando al azar de la pobreza pequeños inventos industriales, desde tintas baratas y molinillos de café, hasta máquinas controladoras para boletos de tranvía.Nunca quiso patentar sus descubrimientos, muy ingeniosos algunos, vendiéndolos por poco menos que nada a comerciantes de segundo orden. Presintiéndose quizá algo de genial, que disimulaba con modestia casi fosca, tenía el más profundo desdén por aquellos pequeños triunfos. Si se le hablaba de ellos, concomíase con displicencia o sonreía con amargura.-Eso es para comer -decía sencillamente.
CLEANDRO: No hay mucho desde aquí a Sena. Laurencia tu tía, está a la muerte, el verme allá tiene de aliviar su pena. Mi hermana es y hermana buena. Sola ella pudiera ser ocasión, hija, de hacer, aunque corto, este camino, que no es poco desatino dejar sola una mujer moza y doncella en tu edad, donde el vicio y la insolencia habitan, porque Florencia no tiene otra vecindad. Parentesco y voluntad me obligan; pero el temor de tu edad y de mi honor, viendo el peligro en que estás, vuelven los pasos atrás que da adelante mi amor. Hija, si una despedida licencia de hablar merece, por ver lo que se parece a la muerte una partida, haz cuenta que de la vida en esta ausencia me alejo, y como cansado y viejo, no a Sena, al sepulcro voy; y que en el paso en que estoy te encamino y aconsejo. Sola en mi casa naciste de una madre a quien Florencia aunque muerta, reverencia; pero bien la conociste.
Bien te pudo engañar la filautía al escribir, Manuel, aquella carta con tanto ripio y tanta grosería.Ya vi que de tu mente no se aparta cierta broma ligera, donde digo que es fuerza que tu ingenio se nos parta;Pues la musa no en todo está contigo, eres mitad poeta, a lo que entiendo, mitad me fuiste mal amigo.)Libro que me regalan, no lo vendo, por más que muchas veces no lo lea, y a la cortés dedicatoria atiendoDel tomo que mi orgullo lisonjea, en que me ofreces de tu musa el fruto, olvidando mi broma y la peleAllí supones que placer disfruto de tus versos buscando la lectura, y a tal supuesto callo, y no refuto.Mas luego dices que mi prosa dura (dura la llamo yo) también te agrada, y esto lisonja ya se me figura.¿Porque del libro aquel no escribí nada, porque la adulación eché en olvido, según costumbre mía inveterada,¿Vuelvo a ser mal clarín, vate manido, y todo lo peor que me dijiste primero de llevar tu merecido?Si perdonar no sabes, ¿por qué diste a olvido peligroso aquel soneto del gran Quevedo, en que tu imagen viste?¿Y ahora quieres tratarme con respeto? ¡y me llamas poeta detestable y clarín destemplado y mal sujeto!Purga de tu memoria deleznable la culpa grave de tener en cuenta de mis versos el fruto miserable,
Al pasar por delante del cementerio de aldea, me detuve un instante, mirando con interés aquella tierra como hinchada de vida, de la vida natural, que nace de la muerte. Plantas lozanas y fresquísimas reían impregnadas aún del rocío nocturno, al sol que iba a bebérselo golosamente. Eran flores de jardín, plantadas allí sin inteligencia, pero con el respeto que a sus difuntos demuestra siempre la gente labriega. Azucenas, rosas, alhelíes, margaritas, medraban en el terruño relleno de elementos favorables a su desarrollo, de abono de cuerpos humanos, y transformaban en perfumes Y en colores las descomposiciones del sepulcro. Pero, recientemente, el terreno había sido removido, y faltaban, en un espacio bastante grande, las gayas flores: la tierra aparecía desnuda. Se habían cavado allí sepulturas recientemente. Y el viejo Avelaneira, el curandero, que me acompañaba, me hizo saber que eran dos las sepulturas acabadas de abrir, y que los dos que allí se habían enterrado a un tiempo, unidos en muerte por el odio y no por el amor, eran los dos mayores enemigos de la parroquia. Inmediatamente quise recoger los hilos de aquella psicología que condujo a yacer vecinos a dos enemigos, y acaso a tener, cuando el cementerio recibiese nuevos huéspedes y no cupiesen sin hacerles sitio, abrazados sus huesos, confundidos, indiscernibles; porque, cuando el hombre se reduce a su última expresión, es cuando resuelve el problema de la suprema igualdad, no habiendo diferencia de tibia a tibia y de fémur a fémur...
MÚSICOS: "Soles, pues sois tan hermosos, no arrojéis rayos soberbios a quien vive en vuestra luz, contento en tan alto empleo." PRÍNCIPE: La capa. MÚSICO 1: El príncipe sale. MÚSICO 2: Prosigamos. PRÍNCIPE: El sombrero.CantanMÚSICOS: "Vuestra benigna influencia mitigue airados incendios, pues el raudal de mi llanto es poca agua a tanto fuego." PRÍNCIPE: ¡Ay, Inés, alma de cuanto peno y lloro, vivo y siento! Proseguid, cantad. MÚSICO 1: Digamos otra letra y tono nuevo.CantanMÚSICOS: "Pastores de Manzanares, yo me muero por Inés, cortesana en el aseo, labradora en guardar fe." PRÍNCIPE: Parece que a mi cuidado esa letra quiso hacer, lisonjeándome el alma, eterna en mi pecho a Inés. Volved, volved por mi vida a repetir otra vez aquesa letra, cantad, que me ha parecido bien.Cantan
Muchos de los lectores del Semanario pintoresco Español, en cuya obra periódica han visto la luz pública estos artículos, me manifestaron el deseo de tenerlos reunidos en un pequeño volumen, donde poder leerlos seguidamente y sin el embarazo y confusión de materias propias de un periódico. He debido, pues, ceder a tan benévola invitación, y a la de mi amigo el Sr. D. Miguel de Burgos que ha querido ocupar sus prensas con esta obrilla; pero no puedo menos de repetir aquí que estos ligeros bosquejos, trazados rápidamente en los descansos de mi viaje, son únicamente hijos de mis propias impresiones, incompletos y diminutos, como dedicados a amenizar un periódico; y que de ninguna manera pretenden pasar por una descripción razonada y completa del país a que se refieren. Mi principal objeto fue el de excitar con este pequeño ensayo el celo y patriotismo de nuestros viajeros españoles, que por excesiva modestia o desconfianza callan obstinadamente, defraudando de este modo a nuestro país de muchas obras de más valer con que pudieran enriquecerle; extremo opuesto y no menos fatal que el que con razón se achaca a los muchos viajadores extranjeros que diariamente fatigan las prensas con ridículas y absurdas relaciones.
Allá en otros tiempos (y bien buenos tiempos que eran), había una vez una vaquita (¡mu!) que iba por un caminito. Y esta vaquita que iba por un caminito se encontró un niñín muy guapín, al cual le llamaban el nene de la casä Este era el cuento que le contaba su padre. Su padre le miraba a través de un cristal: tenía la cara peluda. Él era el nene de la casa. La vaquita venía por el caminito donde vivía Betty Byrne: Betty Byrne vendía trenzas de azúcar al limón. Ay, las flores de las rosas silvestres en el pradecito verde. Esta era la canción que cantaba. Era su canción. Ay, las floles de las losas veldes. Cuando uno moja la cama, aquello está calentito primero y después se va poniendo frío. Su madre colocaba el hule. ¡Qué olor tan raro! Su madre olía mejor que su padre y tocaba en el piano una jiga de marineros para que la bailase él. Bailaba: Tralala lala, tralala tralalaina, tralala lala, tralala lala. Tío Charles y Dante aplaudían. Eran más viejos que su padre y que su madre; pero tío Charles era más viejo que Dante.
Señora mía: He visto la carta de V. md. en que impugna las finezas de Cristo que discurrió el Reverendo Padre Antonio de Vieira en el Sermón del Mandato con tal sutileza que a los más eruditos ha parecido que, como otra Águila del Apocalipsis, se había remontado este singular talento sobre sí mismo, siguiendo la planta que formó antes el Ilustrísimo César Meneses, ingenio de los primeros de Portugal; pero a mi juicio, quien leyere su apología de V. md. no podrá negar que cortó la pluma más delgada que ambos y que pudieran gloriarse de verse impugnados de una mujer que es honra de su sexo. Yo, a lo menos, he admirado la viveza de los conceptos, la discreción de sus pruebas y la enérgica claridad con que convence el asunto, compañera inseparable de la sabiduría; que por eso la primera voz que pronunció la Divina fue luz, porque sin claridad no hay voz de sabiduría. Aun la de Cristo, cuando hablaba altísimos misterios entre los velos de las parábolas, no se tuvo por admirable en el mundo; y sólo cuando habló claro, mereció la aclamación de saberlo todo. éste es uno de los muchos beneficios que debe V. md. a Dios; porque la claridad no se adquiere con el trabajo e industria: es don que se infunde con el alma.
SUSANA (separándose bruscamente del grupo y deteniéndose junto a la escalera). - Entonces yo me detengo aquí y digo: ¿De dónde ha sacado usted que yo soy Susana? JUAN. - Sí, ya sé, ya sé ... SUSANA (volviendo a la rueda). - Ya debía estar aquí. PEDRO (consultando su reloj). - Las cinco. JUAN (mirando su reloj). - Tu reloj adelanta siete minutos. (A SUSANA). - ¡Bonita farsa la tuya! SUSANA (de pie, irónicamente). - Este año no dirán en la estancia que se aburren. La fiesta tiene todas las proporciones de un espectáculo. JULIA. - Es detestable el procedimiento de hacerle sacar a otro las castañas del fuego. SUSANA (con indiferencia). - ¿Te parece? (JULIA no contesta. SUSANA a JUAN.) No te olvides. JUAN. - Noo. (Mutis de SUSANA.) PEDRO. - ¡Qué temperamento! JULIA (sin levantar la cabeza del tejido). -Suerte que mamá no está. No le divierten mucho estas invenciones. PEDRO. - Mamá, como siempre, se reiría al final. JULIA. -¿Y ustedes no piensan cómo puede reaccionar el mantequero cuando se dé cuenta que lo han engañado?
Un relámpago cegador, que dejó ver durante unos instantes las nubes tempestuosas empujadas por un viento furiosísimo, iluminó la bahía de Malludu, una de las más amplias ensenadas que se abren en la costa septentrional de Borneo, más allá del canal de Banguey. Siguió un trueno espantoso que duró bastantes segundos y que semejó el estallido de veinte cañones. Los altísimos pombo de enormes naranjas, las espléndidas arengas saccharifera, los upas de jugo venenoso, las gigantescas hojas de los bananos y de las palmas denticuladas se doblegaron y luego se contorsionaron furiosamente bajo una ráfaga terrible que se adentró con ímpetu irresistible en la inmensa selva. Ya hacía bastantes horas que había caído la noche, una noche oscurísima que solamente iluminaban de vez en cuando, a intervalos larguísimos, los relámpagos.
MARÍA Despacio las leí y aún no concibo lo que dicen las líneas de esta carta. Unas veces paréceme que sueño, otras las miro como horrible trama, sin que pueda el turbado pensamiento descubrir su intención ni adivinarla; y luego,... ¿por qué medio, de qué modo puedo llegar hasta mi propia estancia? (Leyendo.) «Los barones de Orsini y de Colonna »y otros nobles de estirpe menos clara, »con vuestro esposo Rienzi reunidos, »La paz ajustarán en vuestra casa; »del juramento que en solemne fiesta »al gran Tribuno prestarán mañana, »se ha de tratar en este conciliábulo; »pero si en él las bases se preparan, »mientras solemnemente no se juren, »la cabeza de Rienzi amenazada »ha de vivir; tan sólo una persona »con firme voluntad puede salvarla, »porque acaso el citado juramento »no se llegue a prestar si alguno falta; »para que esto se evite es necesario »consintáis recibir en vuestra estancia,»para que esto se evite es necesario »consintáis recibir en vuestra estancia, »en esta misma noche, estando sola »y al terminar el toque de las ánimas, »a quien puede deciros claramente »el modo de alejar desdicha tanta; »a más, grandes secretos de familia »podréis saber, y acaso vuestra raza »a Rienzi logre darle una corona »cual su ambición jamás pudo soñarla; »pensadlo bien, mañana tarde fuera. »Si aceptáis, colocad en la ventana »una luz y después esperad sola »la salvación de Rienzi o su desgracia; »aquesto dice quien blasones tiene; »no lo olvidéis, puesto que sois romana.» (Dejando de leer.-Empieza a anochecer.) Sin firma y con la fecha de hoy. ¡Dios mío, qué otra nueva tormenta se prepara!
Los cincuenta primeros años de la vida de la cual se hablará en este libro, están íntegramente en la sombra de una obra solitaria, anónima y elevada; los años siguientes están en medio de una hoguera mundial provocada por la apasionada discusión europea. Difícilmente otro artista de nuestro tiempo ha obrado en mayor anonimato, con menor recompensa y más solitario que Romain Rolland hasta poco antes del año apocalíptico, y seguramente no hubo desde entonces otro autor más discutido. La idea de su existencia resulta, en verdad, visible sólo en el momento en que todo se conjura para aniquilarla. Pero el destino tiene la tendencia de dar formas trágicas a la vida de los grandes. Prueba sus mayores fuerzas en los más fuertes, opone violentamente a sus planes el contrasentido de los sucesos, entreteje sus años con alegorías misteriosas, traba su marcha para robustecerlos en lo justo. Juega con ellos, pero es un juego sublime, pues siempre la experiencia es provechosa. Los últimos poderosos de este mundo, Wagner, Nietzsche, Dostoievski, Tolstoi, Strindberg, han recibido del destino, junto con sus propias obras de arte, aquella vida romántica.
Corramos al combate, á la venganza Y el que niegue su pecho á la esperanza Hunda en el polvo la cobarde frente. QUINTANA. Cuando tremolen patrios pabellones Anunciando del pueblo la victoria, Entone el vate bélicas canciones Y cante los guerreros y la gloria; Mas si la patria yace en agonía Rompa el canto á la fúnebre elegía. Cuando en liza ó al pié de la muralla Derrotados se miren los valientes, Cuando vea que el plomo y la metralla Ha postrado patriotas eminentes, Arda su pecho en fuego sacrosanto Y entone de la guerra el noble canto. Cuando un laurel los déspotas levanten Y en medio de los brindis de la orgía El triunfo impío en su insolencia canten, Fulmine su tremenda profecía, Y anuncie con su voz aterradora De libertad la celestial aurora. Sí, que del vate la mision sagrada Es inflamar del bravo el ardimiento, Dar nuevo temple á la fulmínea espada Con el soplo encendido de su aliento, Y al fúnebre clamor de la derrota, Alzar del libre la bandera rota. Para probar los pueblos de la tierra, Para templar las almas de los bravos, En medio del estruendo de la guerra Dios suele coronar á los esclavos, Mas luego con su mano poderosa Los hunde de la noche en la honda fosa. En la derrota el pueblo valeroso Templa su brazo y su robusta lanza, Para volver despues mas ardoroso Y entre el polvo, la sangre y la matanza, Y entre el humo que envuelve la pelea Desafiar el cañon que centellea.
¡Pam! ¡Pam!Ambos tiros partieron casi a un tiempo. Y una vaca que pasaba a cincuenta pasos de distancia recibió una de las balas, a pesar que nada tenía que ver con la cuestión.Afortunadamente los dos adversarios resultaron ilesos.¿Pero quiénes eran aquellos dos caballeros? Se ignora y, sin embargo, hubiera sido aquélla una ocasión sin duda de guardar sus nombres para la posteridad. Todo cuanto se sabe es que el de más edad era inglés, y el otro, norteamericano. Lo que era fácil de indicar es el sitio en que el inofensivo rumiante había comido su último manojo de hierba. Era en la orilla derecha del Niágara, cerca de ese puente colgante que une la orilla de los Estados Unidos con la orilla canadiense, a unas tres millas más arriba de las cataratas.El inglés se acercó entonces al americano y le dijo: - ¡Sigo sosteniendo - ¡No! ¡Era YankeeLa disputa iba a interpuso; sin duda, enque era el Rule Britannia! Doodle!- replicó el otro.comenzar de nuevo, cuando uno de los testigos se interés del ganado, y dijo:- Supongamos que era el Rule Doodle y el Yankee Britannia, y vamos a almorzar.
A LAS ESTRELLASReina el silencio: fúlgidas en tanto luces de paz, purísimas estrellas, de la noche feliz lámparas bellas, bordáis con oro su luctuoso manto.Duerme el placer, mas vela mi quebranto, y rompen el silencio mis querellas, volviendo el eco, unísono con ellas, de aves nocturnas el siniestro canto.¡Estrellas, cuya luz modesta y pura del mar duplica el azulado espejo! Si a compasión os mueve la amarguraDel intenso penar por que me quejo, ¿Cómo para aclarar mi noche oscura no tenéis ¡ay! ni un pálido reflejo?
Comenzaré la historia de mis aventuras por cierta mañana, temprano, de primeros de junio del año de gracia de 1751, en que eché por última vez la llave a la puerta de la casa de mis padres. El sol empezaba a brillar sobre las cimas de los montes cuando bajaba yo por el camino, y al llegar a la casa rectoral, los mirlos silbaban ya en las lilas del jardín, y la niebla que rondaba el valle al amanecer comenzaba a levantarse y se desvanecía. El señor Campbell, el pastor de Essendean, estaba esperándome a la puerta del jardín. ¡Qué bueno es! Me preguntó si había desayunado, y cuando le dije que no me faltaba nada, apretó mi mano entre las suyas y me dio el brazo bondadosamente. ¿Bien, Davie, muchacho ¿dijö. Te acompañaré hasta el vado para ponerte en camino.Y echamos a andar en silencio. ¿¿Te apena abandonar Essendean? ¿me preguntó al cabo de un rato.Os diré, señor ¿repuse¿; si supiese adónde voy, o lo que va a ser de mí, os contestaría francamente. Es cierto que Essendean es un buen lugar, y en él he sido muy feliz; pero también es cierto que nunca he estado en otra parte. Muertos mi padre y mi madre, no estaré más cerca de ellos en Essendean que en el reino de Hungría, y, a decir verdad, si yo supiese que donde voy tenía posibilidades de superarme, iría de muy buen grado.
Deseamos fruto de los más hermososQue dé vida a la flor de la belleza,Pues cuando el Tiempo agoste lo maduroPerdurará en el vástago el recuerdo.Mas tú, enamorado de tus ojos,Con tu propio ardor tu luz inflamasY siembras carestía en la abundancia,Cruel contigo mismo, y tu enemigo.Hoy eres del mundo adorno grácil,Sólo heraldo de alegre primavera,Mas ahogas el brío en tu capulloY en pródiga avaricia te consumes.Al mundo compadece, o vorazmenteLa tumba engullirá lo que es del mundo.
En dos hileras, los animales hacían calle a una mesa llena de lana que varios hombres se ocupaban en atar.Los vellones, asentados sobre el plato de una enorme balanza que una correa de cuero crudo suspendía del maderamen del techo, eran arrojados después al fondo del galpón y allí estivados en altas pilas semejantes a la falda de una montaña en deshielo.Las ovejas, brutalmente maneadas de las patas, echadas de costado unas junto a otras, las caras vueltas hacia el lado del corral, entrecerraban los ojos con una expresión inconsciente de cansancio y de dolor, jadeaban sofocadas.Alrededor, a lo largo de las paredes, en grupos, hombres y mujeres trabajaban agachados.La vincha, sujetando la cerda negra y dura de los criollos, la alpargata, las bombachas, la boina, el chiripá, el pantalón, la bota de potro, al lado de la zaraza harapienta de las hembras, se veían confundidos en un conjunto mugriento.
[¿] y entonces la multitud prorrumpió de nuevo en vítores, y un hombre, que se encontraba más exaltado que los demás, tiró su sombrero al aire, muy alto, y gritó (según logré entender): «¡Que levante la voz quien esté a favor del subrector!». Todos lo hicieron, pero no quedaba muy claro si era por el subrector o no: algunos vociferaban «¡Pan!» y otros «¡Impuestos!», mas nadie parecía saber qué era lo que querían en realidad. Yo era testigo de todo aquello desde la ventana abierta del salón del desayuno rectoral, mirando sobre el hombro del lord canciller, quien se había levantado como un resorte nada más iniciarse el griterío, casi como si hubiera estado esperándolo, y se había aproximado raudo a la ventana que ofrecía la mejor vista de la plaza del mercado. ¿¿Qué puede significar todo esto? ¿repetía una y otra vez para sí, mientras, con las manos juntas a la espalda, y su toga flotando en el aire, recorría la sala de un lado a otro con largas y rápidas zancadas¿. Nunca antes había oído tal clamor¿ ¡y a esta hora de la mañana, además! ¡Y tan unánime! ¿No le parece algo realmente sorprendente?
En la apacible costa de la Riviera francesa, a mitad de camino aproximadamente entre Marsella y la frontera con Italia, se alza orgulloso un gran hotel de color rosado. Unas amables palmeras refrescan su fachada ruborosa y ante él se extiende una playa corta y deslumbrante. Últimamente se ha convertido en lugar de veraneo de gente distinguida y de buen tono, pero hace una década se quedaba casi desierto una vez que su clientela inglesa regresaba al norte al llegar abril. Hoy día se amontonan los chalés en los alrededores, pero en la época en que comienza esta historia sólo se podían ver las cúpulas de una docena de villas vetustas pudriéndose como nenúfares entre los frondosos pinares que se extienden desde el Hôtel des Étrangers, propiedad de Gausse, hasta Cannes, a ocho kilómetros de distancia.
Sentada en la mullida arena y mientras el pequeño acallaba el hambre chupando ávido el robusto seno, Cipriana con los ojos húmedos y brillantes por la excitación de la marcha abarcó de una ojeada la líquida llanura del mar.Por algunos instantes olvidó la penosa travesía de los arenales ante el mágico panorama que se desenvolvía ante su vista. Las aguas, en las que se reflejaba la celeste bóveda, eran de un azul profundo. La tranquilidad del aire y la quietud de la bajamar daban al océano la apariencia de un vasto estanque diáfano e inmóvil. Ni una ola ni una arruga sobre su terso cristal. Allá en el fondo, en la línea del horizonte, el velamen de un barco interrumpía apenas la soledad augusta de las calladas ondas.
Están siempre cautelosos y prevenidos los ruines pensamientos, la desesperación cobarde y la tristeza, esperando a coger a solas a un desdichado para mostrarse alentados con él, propria condición de cobardes en que juntamente hacen ostentación de su malicia y de su vileza. Por bien que lo tengo considerado en otros, me sucedió en mi prisión, pues habiendo, o por cariciar mi sentimiento o por hacer lisonja a mi melancolía, leído aquellos versos que Lucrecio escribió con tan animosas palabras, me vencí de la imaginación, y debajo del peso de tan ponderadas palabras y razones me dejé caer tan postrado con el dolor del desengaño que leí, que ni sé si me desmayé advertido o escandalizado. Para que la confesión de mi flaqueza se pueda disculpar, escribo, por introducción a mi discurso, la voz del poeta divino, que suena ansí rigurosa con amenazas tan elegantes:Denique si vocem rerum natura repente mittat et hoc alicui nostrum sic increpet ipsa: quid tibi tanto operest , mortalis, quod nimis aegris luctibus indulges? quid mortem congemis ac fles? nam si grata fuit tibi vita anteacta priorque et non omnia pertusum congesta quasi in vas commoda perfluxere atque ingrata interiere: cur non ut plenus vitae conviva recedis? aequo animoque capis securam, stulte, quietem?
Yo, que en el Sueño del Juicio vi tantas cosas y en El alguacil endemoniado oí parte de las que no había visto, como sé que los sueños las más veces son burla de la fantasía y ocio del alma, y que el diablo nunca dijo verdad, por no tener cierta noticia de las cosas que justamente nos esconde Dios, vi, guiado del ángel de mi guarda, lo que se sigue, por particular providencia de Dios; que fue para traerme, en el miedo, la verdadera paz. Halléme en un lugar favorecido de naturaleza por el sosiego amable, donde sin malicia la hermosura entretenía la vista (muda recreación), y sin respuesta humana platicaban las fuentes entre las guijas y los árboles por las hojas, tal vez cantaba el pájaro, ni sé determinadamente si en competencia suya o agradeciéndoles su armonía. Ved cuál es de peregrino nuestro deseo, que no halló paz en nada desto. Tendí los ojos, cudiciosos de ver algún camino por buscar compañía, y veo, cosa digna de admiración, dos sendas que nacían de un mismo lugar, y una se iba apartando de la otra como que huyesen de acompañarse. Era la de mano derecha tan angosta que no admite encarecimiento, y estaba, de la poca gente que por ella iba, llena de abrojos y asperezas y malos pasos.
Refiérese, no sé si por modo de cuento gracioso y ficticio, que estando una vez muy enfermo un soldado muy preciado de cortés y ladino, entre muchas de sus oraciones, plegarias y protestaciones que hacía, finalmente vino a rematarlas diciendo: -Y Dios me libre de las manos del señor Diablo-, tratándole siempre con esta cortesía todas las veces que le nombraba. Reparó en esto último uno de los circunstantes, preguntándole juntamente luego por qué llamaba señor al diablo, siendo la más vil criatura del mundo. A que respondió tan presto el enfermo diciendo: -¿Qué pierde el hombre en ser bien criado? ¿Qué sé yo a quién habré de menester ni en qué manos he de dar? Digo esto, señor lector, porque supuesto que nuestra lengua vulgar, a diferencia de la latina, tiene un vuesa merced y otros varios títulos, mayormente cuando no se conoce la calidad y estado de la persona con quien se habla, por no parecer a nadie descortés, y por el consiguiente, malquisto y aborrecido de todos, me ha parecido tratar a v. m. con este lenguaje y término, bien diferente de cuantos yo he podido ver en todos los prólogos de los libros al lector escritos en romance, donde tratan a v. m. con un tú redondo, que si no arguye mucha amistad y familiaridad, por fuerza ha de ser argumento de que quien habla es superior y mandón, y a quien se habla inferior y criado.
La villa se hallaba muy cerca del mar.En los paseos silenciosos y umbríos de los pinos alentaba la fuerza saturada del aire salado del mar y una ligera y constante brisa jugueteaba entre los naranjos y hacía caer aquí y allá delicadamente una flor de ricos colores. La lejanía, luminosa de sol, las colinas, sobre las que destacaban diminutas casas como perlas blancas, un faro a varias millas, que se erguía como una vela, todo relumbraba con contornos precisos y bien definidos y se incrustaba como un mosaico brillante en el azul profundo del éter. El mar, en el que de vez en cuando caían lejos, muy lejos, las chispas blancas de las velas rutilantes de barcos solitarios, lamía con el movimiento de sus olas la terraza escalonada sobre la que se levantaba la villa, que se volvía hacia el verde de un amplio y sombreado jardín y se perdía allí en un parque vetusto y silencioso como un cuento.
MÚSICOSA las fiestas que hace el valle al despedirse el invierno con la venida de Abril tan deseada en el suelo, los arroyos desatados de la prisión que tuvieron, bajan a ser de las aves músicos, del sol espejos. Verdes gigantes los montes, ya como riscos soberbios, con las galas del verano enamoran los luceros. A la risa de las fuentes y al aplauso de los ecos, alienten estrellas los prados, cortesanos lisonjeros.(Salen el REY, de gala, el MAESTRE, DON CLAUDIO, VASCO y EL PRIOR.)REY No han abierto una ventana. PRIOR Habranla en el alma abierto, que por más escandalosa, señor, condenará el dueño la de los balcones.
NINEUCIO: ¿En fin, en mi competencia amáis los dos á Felicia? LIBERIO: No siempre guarda justicia el juez que ciego sentencia; y siendo ciego el Amor, cuando te venga a escoger Felicia, por ser mujer, vendrá a escoger lo peor. NINEUCIO: No imagines que me afrento de tu loca mocedad; que yerra tu voluntad, pero no tu entendimiento; que éste, por torpe que sea, confesará, aunque forzado, que no hay hombre afortunado que el bien que gozo posea. No hay caudal ni posesión que en Palestina pretenda ser réditos de mi hacienda; casi mis vasallos son cuantos en Jerusalén saben mis bienes inmensos, sus casas me pagan censos, sus posesiones también. Desde el Nilo hasta el Jordán Ceres me rinde tributo; cada año a Baco disfruto desde Bersabé hasta Dan. ¿No cubren estas comarcas vellocinos apacibles para el número imposibles respetados por mis marcas? Los vientos me engendran potros que brotan aquesos cerros, en sus crías los becerros se impiden unos a otros. A la aritmética afrenta la suma de mi tesoro, pues entre mi plata y mi oro se halla alcanzada de cuenta. De suerte el planeta real con diamantes me enriquece y esmeraldas, que parece que traigo el sol a jornal.
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