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La burra se ventosea al compás del paso que lleva y el abuelo que tiene un instinto musical muy desarrollado, no se queda atrás y la acompaña. Y yo montado en ella, la pico con los talones, me desternillo de risa y suelto estruendosas carcajadas.Le pasa lo de los gases desde hace muchos años. Yo aún no había nacido cuando le operaron del estómago, y, para pagar lo que costó la operación, tuvo que vender la suerte de secano, en la que cada año cultivaban el trigo. Y desde entonces se quedó sin suerte, sin trigo, y casi sin estómago. En aquel tiempo no había Seguridad Social y cada cual respondía con su peculio.El abuelo interrumpió de pronto aquel concierto exclamando: - ¡Mira, Toño, qué bonito está el barrio del Postigo! Pero cuanta hambre y necesidad caben en él- ¡Maldita sea!-, es mejor que no se vea. Por eso mirémoslo desde aquí, no se nota nada su miseria y está bien visto.
Recuerdo que el callejón era amarillo, del color de la paja del trigo cabezorro. Las casas de una planta baja y un doblado eran del color de la tierra mezclada con la paja. De tapial sin cal, solo tierra y paja. La casa de mi abuelo tenía tres fachadas y un muro de medianería. Dos de la s fachadas daban al callejón, que hacía un ángulo recto sobre ella. Era la Noche Buena del año 1949 y celebrábamos las Navidades en su casa. Y muy seguro estoy, de que ahora vivo estos recuerdos, como si hubiesen ocurrido hoy.Enfrente estaba la carpintería para hacer carros, la herrería de Juan y la casa del Sr. José, el zapatero. Y desde una de ellas nos llegaba la voz cascada de una mujer que debería ser anciana.Cantaba un Villancico y se hacía acompañar de una zanbomba: "La noche buena se viene y la noche buena se va....etc.
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