Gør som tusindvis af andre bogelskere
Tilmeld dig nyhedsbrevet og få gode tilbud og inspiration til din næste læsning.
Ved tilmelding accepterer du vores persondatapolitik.Du kan altid afmelde dig igen.
ríos, caminaba por tierra levantina.Sigüenza, nombre apartadizo que gusta del paisaje y de - I - humildes Dijo: «Llegaré a Parcent». lazarinos.lugarejo hórrido, asiático, en cuyas callejas hirviesen como gusanos los -Parcent es foco leproso -le advirtieron. Y luego Sigüenza fingiose un Fue avanzando. Cada pueblo que veía asomar en el declive de unaladera, entre fronda o sobre el dilatado y rozagante pampanaje del viñedo, le mueven a pensar en aquellos pueblos bíblicos maldecidos por el Señor».miserable, donde los hombres padecen males que espantan a los acuciaba el ánima. Y decía: «Ya debo encontrar la influencia de aquel lugar hombres ySigüenza se revolvía mirando y no hallaba el apetecido sello del dolorpobres faldas.peinaban a rapazas greñudas, sentaditas en la tierra, casi escondidas en las las casas, mujeres tejíaCruzaba pueblos, y en todos sorprendía igual sosiego. A las puertas de n media; trenzaban pleita de palma o soga de esparto;secas, firmes como cardenchas, viven con el santo longura de días.salen hierbecitas gayas que florecen; después, amarillean, se agostan; y eldintel verdinegro, desportillado y bajCegaban, dando sol, las puertas forradas de lata de las iglesias. En el plasmado inicuamente en cantería. Por sus pliegues y tendeduras o angosta hornacina, está El paisaje luce primores y opulencias; tiene riego copioso.Era en el valle del Jirona. lujuriantes y caprichosas moreras.las lindes de vastedades plantadas de legumbres, verdean liños infinitos de Rompen los vinales huertas cuidadas como jardines de casas ricas.
Monasterio de Veruela, 1864. Queridos amigos: Heme aquí transportado de la noche a la mañana a mi escondido valle de Veruela; heme aquí instalado de nuevo en el oscuro rincón del cual salí por un momento para tener el gusto de estrecharos la mano una vez más, fumar un cigarro juntos, charlar un poco y recordar las agradables, aunque inquietas horas de mi antigua vida. Cuando se deja una ciudad por otra, particularmente hoy, que todos los grandes centros de población se parecen, apenas se percibe el aislamiento en que nos encontramos, antojándosenos, al ver la identidad de los edificios, los trajes y las costumbres, que al volver la primera esquina vamos a hallar la casa a que concurríamos, las personas que estimábamos, las gentes a quienes teníamos costumbre de ver y hallar de continuo. En el fondo de este valle, cuya melancólica belleza impresiona profundamente, cuyo eterno silencio agrada y sobrecoge a la vez; diríase, por el contrario, que los montes que lo cierran como un valladar inaccesible me separan por completo del mundo.
El buen sentido es lo que mejor repartido está entre todo el mundo, pues cada cual piensa que posee tan buena provisión de él, que aun los más descontentadizos respecto a cualquier otra cosa, no suelen apetecer más del que ya tienen. En lo cual no es verosímil que todos se engañen, sino que más bien esto demuestra que la facultad de juzgar y distinguir lo verdadero de lo falso, que es propiamente lo que llamamos buen sentido o razón, es naturalmente igual en todos los hombres; y, por lo tanto, que la diversidad de nuestras opiniones no proviene de que unos sean más razonables que otros, sino tan sólo de que dirigimos nuestros pensamientos por derroteros diferentes y no consideramos las mismas cosas. No basta, en efecto, tener el ingenio bueno; lo principal es aplicarlo bien. Las almas más grandes son capaces de los mayores vicios, como de las mayores virtudes; y los que andan muy despacio pueden llegar mucho más lejos, si van siempre por el camino recto, que los que corren, pero se apartan de él.
Estos primeros renglones, que suelen, como alabarderos de los discursos, ir delante haciendo lugar con sus letores al hombro, píos, cándidos, benévolos o benignos, aquí descansan deste trabajo, y dejan de ser lacayos de molde y remudan el apellido, que por lo menos es limpieza.Y a Dios y a ventura, sea vuesa merced quien fuere, que soy el primer prólogo sin tú y bien criado que se ha visto u lea, u oiga leer. Este tratado es de todos los diablos; su título: El Infierno emendado. No se canse vuesa merced en averiguar lo uno ni en disputar lo otro; que ya oigo a los pelmazos graduados el «no puede ser»; que enmendarse sumitur in bonam partem, y el infierno.. .; ergo remito la solución a Lucifer, que él dará cuenta de sí, pues en cosa tan menuda se atollan tan reverendas hopalandas y un grado tan iluminado y una barba tan rasa. Esta es de mis obras la quintademonia, como la quitaesencia. No se escandalice del título; créame y hártese de infierno vuesa merced, que podría ser diligencia para excusarle. Si le espantare, conjúrele y no le lea, ni le dé a los diablos, que suyo es. Si le fuere de entretenimiento, buen provecho le haga; que aquél sabe medicina que los venenos hace remedios; y agradézcame vuesa merced que por mí le enseñan los demonios que a todos tientan. Si vuesa merced juese murmurador, sería otro tanto oro, que a puras contradicciones y advertencias me daría a conocer, y no ha de haber Zoilo, ni invidias ni mordaz, ni maldiciente, que son el Sodoma y Gomorra, Datán y Avirón de la paulina de los autores. Y si fuere título quien leyere estos renglones, tráguese la merced y haga cuenta que topó con un señor de lugares por madurar, o con un hermano segundo que no se pide prestado; que suelen rapar a navaja tas señorías.
Amigo mío:La confesión, que la supersticiosa y tímida conciencia arranca a un alma arrepentida a los pies de un ministro del cielo, no fue nunca más sincera, más franca, que la que yo estoy dispuesta a hacer a usted. Después de leer este cuadernillo, me conocerá usted tan bien o acaso mejor que a sí mismo. Pero exijo dos cosas. Primera: que el fuego devore este papel inmediatamente que sea leído. Segunda: que nadie más que usted en el mundo tenga noticias de que ha existido.Usted sabe que he nacido en una ciudad del centro de la Isla de Cuba, a la cual fue empleado mi padre el año de nueve, y en la cual casó, algún tiempo después, con mi madre, hija del país.No siendo indispensables extensos detalles sobre mi nacimiento para la parte, de mi historia, que pueda interesar a usted, no le enfadaré con inútiles pormenores, pero no suprimirá tampoco algunos que puedan contribuir a dar a usted más exacta idea de hechos posteriores.Cuando comencé a tener uso de razón, comprendí, que había nacido en una posición social ventajosa: que mi familia materna ocupaba uno de los primeros rangos del país, que mi padre era un caballero y gozaba de toda la estimación que merecía por sus talentos y virtudes, y todo aquel prestigio que en una ciudad naciente y pequeña gozan los empleados de cierta clase. Nadie tuvo este prestigio en tal grado: ni sus antecesores, ni sus sucesores en el destino de los comandantes de los puertos, que ocupó en el centro de la isla; mi padre daba brillo a su empleo con sus talentos distinguidos, y había sabido proporcionarse las relaciones más honoríficas en Cuba y aun en España.
Las seis y media de la mañana serían cuando salimos de Montecristi el General, Collazo y yo, a caballo para Santiago: Santiago de los Caballeros, la ciudad vieja de 1507. Del viaje, ahora que escribo, mientras mis compañeros sestean, en la casa pura de Nicolás Ramírez, solo resaltan en mi memoria unos cuantos árboles, ¿unos cuantos caracteres, de hombre o de mujer ¿unas cuantas frases. La frase aquí es añeja, pintoresca, concisa, sentenciosa: y como filosofía natural. El lenguaje común tiene de base el estudio del mundo, legado de padres a hijos, en máximas finas, y la impresión pueril primera. Una frase explica la arrogancia innecesaria y cruda del país: ¿¿Si me traen (regalos, regalos de amigos y parientes a la casa de los novios) me deprimen, porque yo soy el obsequiado.¿ Dar, es de hombre; y recibir, no. Se niegan, por fiereza, al placer de agradecer. Pero en el resto de la frase está la sabiduría del campesino: ¿¿Y si no me traen, tengo que matar las gallinitas que le empiezo a criar a mi mujer.¿ El que habla es bello mozo, de pierna larga y suelta, y pies descalzos, con el machete siempre en puño, y al cinto el buen cuchillo, y en el rostro terroso y febril los ojos sanos y angustiados.
¿¿Ha venido? ¿No, mamá, aún no ha venido. ¿Desearía que todo hubiera acabado. Pensar en ello me inquieta y al mismo tiempo me provoca cierta emoción. Bella, acércame un cojín para la espalda. La malhumorada señora Coventry se acomodó en un sillón con un suspiro que denotaba nerviosismo y cierto aire de mártir, mientras su hermosa hija revoloteaba a su lado con afectuosa solicitud. ¿¿De quién están hablando, Lucía? ¿preguntó el joven lánguido que permanecía cerca de su prima repantigado en otro sillón. Ésta se inclinó sobre su obra de tapicería con una amable sonrisa esbozada en su rostro, que, por lo general, se mostraba altivo. ¿De la nueva institutriz, la señorita Muir. ¿Qué quieres que te cuente sobre ella? ¿Nada, gracias. Siento una gran aversión por todas esas mujeres. A veces doy gracias a Dios por tener sólo una hermana, de que ella sea la madre de un niño mimado y de haberme librado durante tanto tiempo de la tortura de tener una institutriz. ¿¿Y ahora cómo lo soportarás? ¿quiso saber Lucía. ¿Ausentándome mientras ella esté en casa. ¿No, no lo harás. Eres demasiado indolente para eso, Gerald ¿ interrumpió un hombre más joven y energético que jugueteaba con sus perros desde el descansillo.
Las cuatro de la tarde ya y aún no se ha levantado un soplo de brisa. El calor solar, que agrieta la tierra, derrite y liquida a los negruzcos segadores encorvados sobre el mar de oro de la mies sazonada. Uno sobre todo, Selmo, que por primera vez se dedica a tan ruda faena, siéntese desfallecer: el sudor se enfría en sus sienes y un vértigo paraliza su corazón.¡Ay, si no fuese la vergüenza! ¡Qué dirán los compañeros si tira la hoz y se echa al surco!Ya se han reído de él a carcajadas porque se abalanzó al botijón vacío que los demás habían apurado...Maquinalmente, el brazo derecho de Anselmo baja y sube; reluce la hoz, aplomando mies, descubriendo la tierra negra y requemada, sobre la cual, al desaparecer el trigo que las amparaba, languidecen y se agostan aprisa las amapolas sangrientas y la manzanilla de acre perfume. La terca voluntad del segadorcillo mueve el brazo; pero un sufrimiento cada vez mayor hace doloroso el esfuerzo.Se asfixia; lo que respira es fuego, lluvia de brasas que le calcina la boca y le retuesta los pulmones. ¿A que se deja caer? ¿A que rompe a llorar? Tímidamente, a hurtadas, como el que comete un delito, se dirige al segador más próximo:-¿No trairán agua? Tú, di, ¿no trairán?-¡Suerte has tenido, borrego! Ahí viene justo con ella La Sordica...Anselmo alza la cabeza, y, a lo lejos sobre un horizonte de un amarillo anaranjado, cegador, ve recortarse la figura airosa de la mozuela, portadora del odre, cuya sola vista le refrigera el alma.
EL HÉROE.- (Deteniéndose en el umbral de la gloria.) Señor de cielos y tierra, ¿es verdad que voy a entrar en la mansión de los escogidos? Apenas me atrevo a creer tamaña ventura. ¿Cuáles han sido mis merecimientos, Señor, para que te dignes mirar con indulgencia a tu siervo? ¿Yo en la gloria? ¿Yo entre santos, mártires, confesores y vírgenes, tronos, jerarquías, potestades y dominaciones?VOZ DEL ESPÍRITU DE DIOS.- (Que sale de una ardiente nube.) No estarás entre los santos, ni entre los vírgenes, porque no lo eres. Entre los mártires y confesores bien podrías, pues algún martirio padeciste y algunas veces me confesaste. Si sólo los santos entrasen en el cielo, muy solitaria se hallaría mi mansión. La santidad, como el genio luminoso y la belleza soberana, es patrimonio de pocos. ¿Has imaginado tú que Yo crie, perfeccioné y redimí al género humano para destinarle a condenación eterna, verle retorcerse en el fuego del Purgatorio o aullar en los braseros del Infierno?EL HÉROE.- (Transportado de alegría.) Señor, es cierto que si pequé, mi corazón no es el de un malvado. Yo deseaba guardar tus mandamientos, aunque no los he guardado siempre, y en Ti he creído y esperado con firmeza. Nunca, aun en medio de las pruebas que te dignaste enviarme, se entregó mi alma a la negra desesperación, ni osó desconfiar de Tu providencia, ni censurar Tu obra, ni renegar del don precioso de la vida que otorgaste a Tus criaturas. No te serví con el celo y fervor que debiera, pero Tú sabes que no he sido impío. Sin embargo, estoy confuso... Nada hice bueno, y algo malo sí... ¡Algo muy malo!...VOZ DEL ESPÍRITU.- (Suave, armoniosa y musical, como si brotase de los registros más delicados de un órgano.) Has amado mucho. Recuerda que a quien mucho ama, mucho se le perdona. Tu corazón fue un foco de ternura. Eres el Padre, por otro nombre el Pelícano. En tus párpados hay huellas de llanto y señales de prolongadas vigilias. En tus manos no veo ni oro ni jirones de honra. Ábrelas... Están vacías. En una de ellas...
-Hoy es un día muy señalado y una noche en que no se debe cenar solo -dijo Rosálbez, el banquero, a su amigo el joven conde Planelles, a quien encontró "casualmente" en su misma calle, casi frente al suntuoso palacio. Usted es soltero, no tendrá quizá comprometida la cena... Si quiere hacernos el obsequio de aceptar..., a las ocho en punto... Yo apenas cenaré: me siento malucho del estómago; usted despachará mi parte...-Mil gracias, y aceptado -respondió cordialmente el conde-. Pensaba cenar con unos cuantos en el Nuevo Club. Les aviso, y en paz... Aunque casi no era necesario avisarlos: al no verme allí...-¡Perfectamente! Hasta luego -murmuró Rosálbez, saltando a su berlinita, que le aguardaba para llevarle, como todos los días, a una plazuela, y de allí, a pie, a cierta casa, hasta la cual no le convenía que llegase el coche.Era el secreto de Polichinela, como dicen nuestros vecinos los franceses; nadie ignoraba en Madrid que Rosálbez protegía a aquella rasgada moza, Lucía la Cordobesa, de tanta gracia y garabato, y que el entretenimiento le salía carísimo: el que lo tiene lo gasta.Ha de saberse que Rosálbez, el opulento, había llegado a los cincuenta y seis años, y empezaba a cambiar sensiblemente de genio y de gusto. En otro tiempo no necesitaba la nota afectuosa en sus relaciones con mujeres: sólo exigía que le divirtiesen un instante. Ahora, sin duda, el desgaste físico de la edad reblandecía sus entrañas, y lo que buscaba era agrado tranquilo, el halago suave de un mimo filial. Su hija verdadera, Fanny, le demostraba un respeto helado, una obediencia pasiva y mecánica, y Rosálbez aspiraba a encontrar en la Cordobesa espontaneidad, calor amoroso, algo distinto, algo que removiese ceniza y alzase suaves llamas. Con esta esperanza y este deseo, llamaba a su puerta el día de Navidad.Lucía estaba en su tocador. Vestía una bata de franela rosa. La doncella, que le recogía con ancho peine la magnífica mata de pelo ondulado, de un negro azabache, al ver entrar al protector retiróse discretamente.
En verdad, el dominio de la navegación aérea se debe al esfuerzo de miles de hombres: éste sugiere una idea y aquel otro realiza un experimento, hasta que, finalmente, sólo fue necesario un potente esfuerzo intelectual para concluir la empresa. Pero la inexorable injusticia del sentir popular ha decidido que de todos esos miles de hombres, sólo uno, y en este caso un hombre que nunca voló, fuera elegido como el inventor, del mismo modo que decidió honrar a Watt como descubridor del vapor y a Stephenson de la locomotora. Y, seguramente, de todos estos nombres reverenciados, ninguno lo ha sido de forma tan grotesca y trágica como el del pobre Filmer, la tímida e intelectual criatura que resolvió el problema que había sumido en la perplejidad y en el temor a tantas generaciones, el hombre que apretó el botón que ha modificado la paz y la guerra, y casi todas las condiciones de la felicidad y vida humanas. El repetido prodigio de la pequeñez del científico que se enfrenta a la grandeza de su ciencia jamás ha encontrado una ejemplificación tan asombrosa. Gran parte de los datos referentes a Filmer permanecen en una profunda oscuridad, y así han de quedar ¿los Filmer no atraen a los Boswell¿, pero los hechos esenciales y la escena final son suficientemente claros, y existen cartas, notas y alusiones casuales que nos ayudan a ensamblar las diferentes piezas del rompecabezas final. Y esta es la historia que se obtiene, juntando una pieza con otra, sobre la vida y muerte de Filmer.
1. En el nomne preçioso de la Sancta Reyna, De qui nasçió al mundo salut e meleçina, Si ella me guiasse por la graçia divina, Querria del su duelo componer una rima.2. El duelo que sufrió del su sancto criado, En qui nunqua entrada non ovo el peccado, Quando del su conviento fincó desemparado: El que nul mal non rizo, era muy mal iuzgado.3. Sant Bernalt un buen monge de Dios mucho amigo Quiso saber la coita del duelo que vos digo; Mas él nunqua podio buscar otro postigo, Si non a la que disso Gabriel: Dios contigo.4. Non una vez ca muchas el devoto varon, Vertiendo vivas lagrimas de firme corazon Façie a la Gloriosa esta petiçion, Que ella enviasse la su consolaçion.5. Diçie el omne bueno de toda voluntat: Reyna de los çielos de grant autoridat, Con qui partió Messias toda su poridat, Non sea defeuzado de la tu piedat.6. Toda sancta eglesia fará dent grant ganançia, Abrá maior verguenza ante la tu substançia, Sabran maiores nuevas de la tu alabançia Que non renunçian todos los maestros de Françia.7. Tanto podió el monge la razon afincar Que ovo a los çielos el clamor a purar: Disso Sancta Maria: pensemos de tornar, Non quiere esti monge darnos ningun vagar.
Fuera, llueve: lluvia blanda, primaveral. No es tristeza lo que fluye del cielo; antes bien, la hilaridad de un juego de aguas pulverizándose con refrescante goteo menudo. Dentro, en la paz de una velada de pueblo tranquilo, se intensifica la sensación de calmoso bienestar, de tiempo sobrante, bajo la luz de la lámpara, que proyecta sobre el hule de la mesa un redondel anaranjado.La claridad da de lleno en un objeto maravilloso. Es una placa cuadrilonga de unos diez centímetros de altura. En relieve, campea destacándose una figurita de mujer, ataviada con elegancia fastuosa, a la moda del siglo XV. Cara y manos son de esmalte; el ropaje, de oros cincelados y también esmaltados, se incrusta de minúsculas gemas, de pedrería refulgente y diminuta como puntas de alfiler. En la túnica, traslucen con vítreo reflejo los carmesíes; en el manto, los verdes de esmaragdita. Tendido el cabello color de miel por los hombros, rodea la cabeza diadema de diamantillos, sólo visibles por la chispa de luz que lanzan. La mano derecha de la figurita descansa en una rueda de oro obscuro, erizada de puntas, como el lomo de un pez de aletas erectas. Detrás, una arquitectura de finísimas columnas y capitelicos áureos.En sillones forrados de yute desteñido, ocupan puesto alrededor de la mesa tres personas. Una mujer, joven, pelinegra, envuelta en el crespón inglés de los lutos rigurosos. Un vejezuelo vivaracho, seco como una nuez. Un sacerdote cincuentón, relleno, con sotana de mucho reluz, tersa sobre el esternón bombeado.
JUAN: La casa no puede ser más alegre y bien trazada. BELTRÁN: Para ti fuera extremada, pues vinieras a tener pared en medio a Leonor; mas piden adelantados por un año cien ducados y estás sin blanca, señor. JUAN: Yo pierdo mil ocasiones por tener tan corta suerte. BELTRÁN: Pues ya no esperes valerte de trazas y de invenciones. No hay embuste, no hay enredo que puedas lograr agora porque todos ya en Zamora te señalan con el dedo, de suerte que me admiró que no temiese el empeño de sus llaves, cuando el dueño de la casa me las dio. JUAN: Nada me tiene afligido como ver que he de perder a Leonor, después de haber sus favores merecido, y después que me ha costado tanta hacienda el festejarla, servirla y galantearla. BELTRÁN: Con eso me has [acordado] una bien graciosa historia que has de oír aunque esté triste. Bien pienso que conociste a Pedro Núñez de Soria.
No había esperanza esta vez: era la tercera embolia. Noche tras noche pasaba yo por la casa (eran las vacaciones) y estudiaba el alumbrado cuadro de la ventana: y noche tras noche lo veía iluminado del mismo modo débil y parejo. Si hubiera muerto, pensaba yo, vería el reflejo de las velas en las oscuras persianas, ya que sabía que se deben colocar dos cirios a la cabecera del muerto. A menudo él me decía: «No me queda mucho en este mundo», y yo pensaba que hablaba por hablar. Ahora supe que decía la verdad. Cada noche al levantar la vista y contemplar la ventana me repetía a mí mismo en voz baja la palabra «parálisis». Siempre me sonaba extraña en los oídos, como la palabra gnomón en Euclides y la simonía del «catecismo». Pero ahora me sonó a cosa mala y llena de pecado. Me dio miedo y, sin embargo, ansiaba observar de cerca su trabajo maligno.
Cuando el tren mixto descendente, núm. 65 (no es preciso nombrar la línea), se detuvo en la pequeña estación situada entre los kilómetros 171 y 172, casi todos los viajeros de segunda y tercera clase se quedaron durmiendo o bostezando dentro de los coches, porque el frío penetrante de la madrugada no convidaba a pasear por el desamparado andén. El único viajero de primera que en el tren venía bajó apresuradamente, y dirigiéndose a los empleados, preguntoles si aquel era el apeadero de Villahorrenda. (Este nombre, como otros muchos que después se verán, es propiedad del autor.) ¿En Villahorrenda estamos ¿repuso el conductor, cuya voz se confundía con el cacarear de las gallinas que en aquel momento eran subidas al furgón¿. Se me había olvidado llamarle a Vd., señor de Rey. Creo que ahí le esperan a Vd. con las caballerías. ¿¡Pero hace aquí un frío de tres mil demonios! ¿dijo el viajero envolviéndose en su mantä. ¿No hay en el apeadero algún sitio dónde descansar y reponerse antes de emprender un viaje a caballo por este país de hielo? No había concluido de hablar, cuando el conductor, llamado por las apremiantes obligaciones de su oficio, marchose, dejando a nuestro desconocido caballero con la palabra en la boca. Vio este que se acercaba otro empleado con un farol pendiente de la derecha mano, el cual movíase al compás de la marcha, proyectando geométrica serie de ondulaciones luminosas. La luz caía sobre el piso del andén, formando un zig¿zag semejante al que describe la lluvia de una regadera.
Está Serosca en medio de una vega de mucha abundancia. Tiene hondas tierras oliveras de santísimo reposo. Hay josas umbrías y almendrales que, cuando florecen, visten todo el campo de blancura de una pureza y voluptuosidad de desposada. El herreñal tierno, mullido, donde duerme el viento y se tiende el sol ya cansado y se oye siempre un idílico y dulce sonar de esquilas, y los chopos finos, palpitantes, de un susurro de vuelo, dejan en el paisaje una emoción de inocencia, de frescura, de alegría tranquila. Pero los montes que pasan a la redonda parece que aprieten y apaguen la ciudad. En los días muy abiertos y limpios, desde las cumbres y las majadas de la solana, se descubre el azul inmenso del Mediterráneo. Los rebaños trashumantes, cuando llegan a los altos puertos, se quedan deslumbrados del libre horizonte. Los pastores miran la aparición de un barco de vela, un bello fantasma hecho de claridad. El barco se pierde, se deshace como una ola; o, pasa la tarde, y sigue parado lleno de resplandores; un vapor negro y codicioso se desliza por debajo y lo deja obscurecido de humo. Se queda solo el blanco fantasma, hundiéndose dentro del azul que parece todo mar o todo cielo. Llegada la noche, los astros bajan en el confín, al amor de las aguas. El barco debe de estar recamado de estrellas, como una joya de la Virgen de Serosca.
Decoración: Gabinete de confianza en la casa de lord Windermere, en Carlton. Puertas en el centro y a la derecha. Mesa de despacho, con libros y papeles, a la derecha. Sofá, con mesita de té, a la izquierda. Puerta balcón, que se abre sobre la terraza, a la izquierda. Mesa, a la derecha. (LADY WINDERMERE está ante la mesa de la derecha arreglando unas rosas en un búcaro azul. Entra PARKER.)PARKER. ¿ ¿Está su señoría en casa esta tarde?LADYWINDERMERE. ¿ ¿Quién ha venido? PARKER. ¿ Lord Darlington, señora.LADY WINDERMERE. ¿ (Titubea un momento.) Que pase¿ Y estoy en casa para todos los que vengan.PARKER. ¿ Bien, señora. (Sale por el centro.)LADY WINDERMERE. ¿ Prefiero verle antes de esta noche. Me alegro de que haya venido.(Entra PARKER por el centro.) PARKER. ¿ Lord Darlington. (Entra LORD DARLINGTON por el centro. Vase PARKER.) LORD DARLINGTON. ¿ ¿Cómo está usted, lady Windermere? LADY WINDERMERE. ¿ ¿Cómo está usted, lord Darlington? No, no puedo darle la mano. Mis manos están todas mojadas con estas rosas. ¿No son hermosas? Han llegado de Selby esta mañana. LORD DARLINGTON. ¿ Son totalmente perfectas. (Ve un abanico que está sobre la mesa.) ¡Qué maravilloso abanico! ¿Puedo examinarlo? LADY WINDERMERE. ¿ Véalo. Bonito, ¿verdad? Lleva puesto mi nombre y todo. Acaban de enviármelo. Es el regalo de cumpleaños de mi marido. ¿No sabe usted que hoy es mi cumpleaños? LORD DARLINGTON. ¿ No. ¿Habla usted en serio? LADY WINDERMERE. ¿ Sí, es hoy mi mayoría de edad. Día completamente importante en mi vida, ¿no? Por eso doy esta noche una reunión. Siéntese usted.
Con paso firme y ligero aún, caminaba un anciano sacerdote por la vía cubierta de polvo, bajo los rayos del sol de mediodía. Más de treinta años habían transcurrido desde que el abate Constantín era cura de la pequeña aldea que dormía, allá en la llanura, a orillas de un débil curso de agua llamado el Lizotte.Un cuarto de hora hacía que el abate costeaba el muro del castillo de Longueval, cuando llegó a la puerta de entrada, que se apoyaba alta y maciza sobre dos enormes pilares de viejas piedras ennegrecidas y roídas por el tiempo. El cura se detuvo y miró con tristeza los grandes avisos azules pegados a los pilares.Los avisos anunciaban que el miércoles 18 de mayo de 1881, a la 1 p. m. tendría lugar, en la sala de audiencia del Tribunal civil de Souvigny, la venta del dominio de Longueval, dividido en cuatro lotes:1.º El castillo de Longueval y sus dependencias, lindos estanques, vastos canales, parque de ciento cincuenta hectáreas, todo cercado de pared y atravesado por el río Lizotte. Base para la venta: seiscientos mil francos.2.º La granja de Blanche-Couronne, trescientas hectáreas. Base: quinientos mil francos.3.º La granja de la Rozeraie, doscientas cincuenta hectáreas. Base: cuatrocientos mil francos.4.º Los plantíos y los bosques de la Mionne, cuatrocientas cincuenta hectáreas. Base para la venta: quinientos cincuenta mil francos.
CLODIO: Rendíos, caballeros, que somos cuatrocientos bandoleros. MELIPO: ¿Qué habéis de hacer tan pocos contra tantos, si no es que venís locos? CONSTANTINO: Yo no rindo la espada a quien la cara trae disimulada. Quien de ella no hace alarde, traidor es, y el traidor siempre es cobarde; que, en fin, entre villanos, cuando las caras sobran, faltan manos; y será afrenta doble que se rinda a quien no conoce un noble; pues ser traidor intenta quien descubrir la cara juzga afrenta. PELORO: ¡Mataldos, caballeros. CONSTANTINO: Mal conocéis, villanos, los aceros que aqueste estoque animan. ANDRONIO: Porque no te conocen, no te estiman. Diles quién eres. CONSTANTINO: Calla, cobarde, que es honrar esta canalla mostrar tenerlos miedo. Cincuenta somos, y el valor que heredo, basta. ANDRONIO: ¡Qué desatino! CONSTANTINO: Villano, ¿es bien que tema Constantino a cuatro salteadores, cuando besan sus pies emperadores? ¡Mueran los foragidos! TODOS: ¡A ellos!
La mañana es más clara y gozosa en torno del molino.Ruedan las velas henchidas, exhalando una corona de luz como la que tienen los santos.En el reposo caliente y duro parece que se oiga la senda rajándose de sol y hormigueros. El viento que bajó de la quebrada, y se durmió en la pastura, y se puso a maldecir en los vallados y en el cornijal de las heredades, da un brinco y se sube al molino, y tiembla y bulle en las aspas de lona.Las seis alas se juntan en una para los ojos: la que está en lo alto y hace más jovial y más fresco el azul. Y desde arriba canta una tonada de brisa luminosa que dice:-¡Buen día y pan!Ya no tiene que trabajar la muela, o se ha marchado el viento antes que el maquilero, y el molino se va parando, parando...Se queda inmóvil y como desnudo.Una hormiga gorda, sin soltar el grano que cogió del portal, le murmura a su comadre:-¡Mira el molino! ¡Tenía una vela remendada!La comadre se ríe frotándose los palpos.-¡Válgame! ¡Tanta vanagloria, y con un remiendo!
Nunca al tálamo justo, coyundas de Himeneo, de Peleo y de Tetis enlazaras con la cerviz el gusto; ya que dio a Peleo la mano Tetis, nunca convidaras los dioses, ni injuriaras la discordia traviesa, cuya manzana de oro ponzoña dio en tesoro e infausta sobremesa a la ocasión tirana si hechiza a toda Grecia una manzana. Nunca fuera piadosa con el pastor tirano la osa tributaria de sus pechos, o ya que de una osa mamó el licor villano, pues al monstruo cosario pagó pechos nunca de él satisfechos, árbitro juez le hicieran competidores ojos, ocasionando enojos, que tal venganza esperan, si yo llevo la pena, la gloria Venus y la culpa Elena. ¡Ay Penélope bella¡ ¡Ay hijo amado mío! Mitades de mi vida; en mi tormento, estorbos atropella de amor el señorío cuando a la honra obliga el juramento. Contra el pastor violento
GERÓNIMA: ¿Hay huésped más descortés? ¡Un mes en casa, al regalo y mesa de don Gonzalo, y sin saber en un mes que mujer en ella habita, o si lo sabe, que es llano, blasonar de cortesano y no hacerme una visita? ¡Jesús, Quiteria, es grosero aunque tú vuelvas por él! QUITERIA: Yo, en lo que he notado dél, perfeto le considero: la persona, un pino de oro; un alma en cualquiera acción; de alegre conversación, guardando en ella el decoro que debe a su calidad; en lo curioso un armiño, mas no afectando el aliño que afemina nuestra edad; mozo, lo que es suficiente para prendar hermosuras mas no para travesuras de edad, por poca, imprudente. Júzgole yo de treinta años. GERÓNIMA: Pinta en él la perfección que el conde de Castellón en su Cortesano.QUITERIA: Extraños humores en ti ha causado ese enojo que condeno. Ya no tendrá nada bueno, porque no te ha visitado. Si ignora que en casa hay dama, ¿qué le culpas?
La persona realmente peculiar con la cual me dispongo a entretener al lector por algunos instantes, es decir, mi tío, era uno de esos individuos distinguidos por la naturaleza, para quienes el destino provoca auténticos milagros. Desde la más temprana edad, supo sobreponerse a esos poderosos prejuicios que dominan a la sociedad, y que, vistos de manera filosófica, no son sino debilidades morales, pues supo vivir con la calidad de un hombre que tiene cincuenta mil libras de renta, a pesar de no tener un solo céntimo de ingreso legal. Después de haber disfrutado de todos los goces que un hombre puede desear durante sesenta años, vivió un fin digno de él, al dar su último suspiro en el restaurante de un conocido suyo, quien había tenido no pocas ocasiones de admirar sus brillantes cualidades y la fuerza de su genio. Mi tío nació el 1 de abril de 1761 en Saint-Germain-en-Laye. No voy a hablar de los primeros años de su vida, que pasaron pacíficamente, como los de todos los niños mimados por sus madres. Hacía tiempo ya que mi abuela estaba deseando una prueba de cariño conyugal por parte de mi abuelo, mas tuvo que esperar diez años antes de obtenerlo, y mi tío fue el primer fruto (mi padre no nacería hasta diez años más tarde). Mi abuelo, deslumbrado de igual manera que su esposa por el cariño hacia su hijo, no sabía reconocer ninguna de las pasiones que algún día brotarían en el corazón de «su tesoro», y a pesar de que era un hombre de ingenio, no supo darle a su educación la dirección adecuada.
Ya eran las nueve. La pequeña ciudad de Vauchamp acababa de meterse en la cama, muda y oscura, bajo la glacial lluvia de noviembre. En la calle de Récollets, una de las más estrechas y menos transitadas del barrio de Saint- Jean, una ventana seguía iluminada, en el tercer piso de una vieja casa, cuyos desvencijados canalones dejaban caer torrentes de agua. Madame Burle velaba junto a un endeble fuego de tocones de viña, mientras su nieto Charles hacía los deberes bajo la pálida claridad de una lámpara. El apartamento, alquilado por ciento sesenta francos al año, se componía de cuatro enormes habitaciones que nunca lograban calentar en invierno. Madame Burle ocupaba la más amplia; su hijo, el capitán-tesorero Burle, había elegido la habitación que daba a la calle, cerca del comedor; y el pequeño Charles, con su catre de hierro, se perdía al fondo de un inmenso salón cubierto de mohosas tapicerías que ya no se utilizaba como tal. Los escasos enseres del capitán y de su madre, muebles estilo Imperio de caoba maciza, abollados y con los apliques de cobre arrancados tras los continuos cambios de guarnición, desaparecían bajo la alta techumbre de la cual se desprendía como una fina oscuridad pulverizada. Las baldosas, pintadas de un rojo frío y duro, helaban los pies. Entre las sillas tan sólo había pequeñas alfombrillas raídas, tan desgastadas que tiritaban en medio de ese desierto barrido por todos los vientos, que se filtraban por las puertas y las ventanas dislocadas.
LAMBERTO: Pues a mi cargo has quedado, tu remedio está a mi cuenta, y así quiero darte estado. CABALLERO: Si tu amor honrarme intenta, trueca el nombre de cuñado en el de hermano apacible; no fuerces mi inclinación, mira que es cosa terrible, sabiendo mi condición, casarme. LAMBERTO: Ya es imposible deshacerse este concierto. CABALLERO: ¿No ves que ya mi edad pasa de los límites, Lamberto, que piden bodas? LAMBERTO: Tu casa, como sin hijos han muerto tus padres, reduce en ti mi nobleza y sucesión. Palabra a Jacobo di de casarte, y no es razón no cumplirla. CABALLERO: Resistí a mis padres tantos años el peso del casamiento, Argel de penas y engaños, sirviéndome de escarmiento sucesos propios y extraños que ya en mis amigos veo, ya entre mis parientes toco, ya en varias historias leo, ¿y quieres volverme loco violentando mi deseo?
No hay ningún carácter, por bueno y puro que sea, que no se pueda destruir con el ridículo, por tosco y mezquino que sea. Observemos al asno, por ejemplo: su carácter es casi perfecto, es el espíritu más selecto entre todos los animales más humildes, y sin embargo ya sabemos lo que el ridículo ha hecho de él. En vez de sentirnos halagados cuando nos llaman asnos, nos quedamos dudosos.¿Del calendario del Bobo Wilson.La persona que ignora los asuntos legales siempre puede cometer errores al tratar de fotografiar con su pluma una escena de un tribunal; y por eso, yo no quería que los capítulos legales de este libro fueran a la imprenta sin someterlos antes a una revisión y corrección rígidas y exhaustivas hechas por un experto leguleyö si es así como los llaman. Esos capítulos son ahora correctos en todos sus detalles, porque fueron escritos de nuevo bajo la mirada vigilante de William Hicks, quien estudió algo de leyes un tiempo en el sudoeste de Missouri, hace treinta y cinco años, y luego vino a Florencia por su salud y sigue trabajando, por la comida y la cama, en el almacén de piensos de Macaroni Vermicelli, que se encuentra en el primer callejón que vemos al doblar la esquina de la Piazza del Duomo, un poco más allá de la casa que tiene la pared de piedra, donde Dante acostumbraba sentarse hace seiscientos años, cuando dejó de contemplar cómo construían el campanile del Giotto, pero se cansaba de esperar que Beatrice pasara por allí para comprarse un trozo de pastel de castañas y poder defenderse con él en caso de una revuelta gibelina, antes de llegar a la escuela, en el mismo puesto donde lo venden hoy en día, tan ligero y bueno como entonces, y eso no es ninguna adulación, ni mucho menos. Había olvidado un poco las leyes, pero las refrescó por causa de este libro, y los dos o tres capítulos legales están ahora perfectos. Él mismo me lo dijo así.
Tilmeld dig nyhedsbrevet og få gode tilbud og inspiration til din næste læsning.
Ved tilmelding accepterer du vores persondatapolitik.