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En Akutagawa, la necesidad del aislamiento se vuelve lectura y esta, escritura. Aislarse para leer y escribir; leer y escribir para aislarse y amparar así un sistema nervioso que lo desbarata. Una escritura, en última instancia, percibida como imposibilidad, sufrimiento y fracaso («Cuando escribo voy punto por punto, momento a momento. Si salto una etapa, me trabo. Y no puedo seguir. Si me fuerzo, algo sale mal. He de permanecer alerta. Pero por muy alerta que esté, ocurre que a menudo lo que quiero decir se me escapa. Ese es mi problema.») Una escritura en que ficción es mentira y esta un intento último, sobrecogedor, de acercarse a la verdad. ¿Cuál es la verdad? En una nota manuscrita que dejó Akutagawa al margen del original de su Juventud de Daidoji Shinsuke, dice: «Mi tragedia fue intentar la grandeza y encontrar mi pequeñez.» Tal vez Akutagawa vio cuando se moría que aquello no era trágico sino más bien algo cuyos términos sencillamente había que invertir. --JOSÉ KOZER (Premio Iberoamericano de Poesía Pablo Neruda)
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