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Bøger i Littérature d'Espagne du Siècle d'or à aujourd'hui serien

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  • af Leopoldo Alas Clarín
    132,95 kr.

    No tenía más consuelo temporal la viuda del capitán Jiménez que la hermosura de alma y de cuerpo que resplandecía en su hijo. No podía lucirlo en paseos y romerías, teatros y tertulias, porque respetaba ella sus tocas; su tristeza la inclinaba a la iglesia y a la soledad, y sus pocos recursos la impedían, con tanta fuerza como su deber, malgastar en galas, aunque fueran del niño. Pero no importaba: en la calle, al entrar en la iglesia, y aun dentro, la hermosura de Juan de Dios, de tez sonrosada, cabellera rubia, ojos claros, llenos de precocidad amorosa, húmedos, ideales, encantaba a cuantos le veían. Hasta el señor Obispo, varón austero que andaba por el templo como temblando de santo miedo a Dios, más de una vez se detuvo al pasar junto al niño, cuya cabeza dorada brillaba sobre el humilde trajecillo negro como un vaso sagrado entre los paños de enlutado altar; y sin poder resistir la tentación, el buen mística, que tantas vencía, se inclinaba a besar la frente de aquella dulce imagen de los ángeles, que cual mi genio familiar frecuentaba el templo. Los muchos besos que le daban los fieles al entrar y al salir de la iglesia, transeúntes de todas clases en la calle, no le consumían ni marchitaban las rosas de la frente y de las mejillas; sacábanles como un nuevo esplendor, y Juan, humilde hasta el fondo del alma, con la gratitud al general cariño, se enardecía en sus instintos de amor a todos, y se dejaba acariciar y admirar como una santa reliquia que empezara a tener conciencia. Su sonrisa, al agradecer, centuplicaba su belleza, y sus ojos acababan de ser vivo símbolo de la felicidad inocente y piadosa al mirar en los de su madre la misma inefable dicha. La pobre viuda, que por dignidad no podía mendigar el pan del cuerpo, recogía con noble ansia aquella cotidiana limosna de admiración y agasajo para el alma de su hijo, que entre estas flores, y otras que el jardín de la piedad le ofrecía en casa, iba creciendo lozana, sin mancha, purísima, lejos de todo mal contacto, como si fuera materia sacramental de un culto que consistiese en cuidar una azucena. Con el hábito de levantar la cabeza a cada paso para dejarse acariciar la barba, y ayudar, empinándose, a las personas mayores que se inclinaban a besarle, Juan había adquirido la costumbre de caminar con la frente erguida; pero la humildad de los ojos, quitaba a tal gesto cualquier asomo de expresión orgullosa.

  • af Jules Verne
    222,95 kr.

  • af Pedro Antonio de Alarcón
    217,95 kr.

    Pocos españoles, aun contando a los menos sabios y leídos, desconocerán la historieta vulgar que sirve de fundamento a la presente obrilla.Un zafio pastor de cabras, que nunca había salido de la escondida Cortijada en que nació, fue el primero a quien nosotros se la oímos referir.--Era el tal uno de aquellos rústicos sin ningunas letras, pero naturalmente ladinos y bufones, que tanto papel hacen en nuestra literatura nacional con el dictado de _pícaros_. Siempre que en la Cortijada había fiesta, con motivo de boda o bautizo, o de solemne visita de los amos, tocábale a él poner los juegos de chasco y pantomima, hacer las payasadas y recitar los romances y relaciones;--y precisamente en una ocasión de éstas hace ya casi toda una vida..., es decir, (hace ya más de treinta y cinco años), tuvo a bien deslumbrar y embelesar cierta noche nuestra inocencia (relativa) con el cuento en verso de _El Corregidor y la Molinera_, o sea de _El Molinero y la Corregidora_, que hoy ofrecemos nosotros al público bajo el nombre más trascendental y filosófico (pues así lo requiere la gravedad de estos tiempos) de _El Sombrero de tres picos_.Recordamos, por señas, que cuando el pastor nos dio tan buen rato, las muchachas casaderas allí reunidas se pusieron muy coloradas, de donde sus madres dedujeron que la historia era algo verde, por lo cual pusieron ellas al pastor de oro y azul; pero el pobre Repela (así se llamaba el pastor) no se mordió la lengua, y contestó diciendo: que no había por qué escandalizarse de aquel modo, pues nada resultaba de su relación que no supiesen hasta las monjas y hasta las niñas de cuatro años....

  • af Ramón de la Cruz
    132,95 kr.

    Mutación de calle, con la puerta de una casa entre dos bastidores, y a ella estará un soldado, con una vara en la mano, y alrededor, puestos de un lado en ala, ESTEBAN, JUAN MANUEL y PEPITO, de chulos de capa, y el último con un ramillete en la mano, imitando lo posible la puerta de la calle del Lobo al vestuario.

  • af Fiodor Dostoievski
    227,95 kr.

    Marya Aleksandrovna Moskalyova es, por supuesto, la primera dama de Mordasov. De esto no cabe la menor duda. Se comporta como si no necesitara de nadie y, por el contrario, como si todos necesitaran de ella. Verdad es que nadie le tiene afecto, mejor aún, que muchos la detestan cordialmente; ello no quita que todos la teman, que es lo que ella quiere. Esto es ya señal de alta política. ¿Por qué, por ejemplo, Marya Aleksandrovna, que es aficionadísima a las habladurías y no pega ojo en toda la noche si la víspera no se ha enterado de algún chisme, por qué sabe conducirse, no obstante, de modo que quien la mire no sospechará que esta grave señora es la chismosa más grande del mundo o por lo menos de Mordasov? Se pensaría más bien que el chismorreo debiera desaparecer en su presencia, que los murmuradores debieran ruborizarse y temblar como escolares ante el señor maestro, y que la conversación debiera versar sólo sobre los temas más elevados. Por ejemplo, ella sabe de algunos vecinos de Mordasov cosas tan sorprendentes y escandalosas que si las contara en ocasión oportuna y las demostrara como ella sabe demostrarlas provocaría en Mordasov un terremoto como el de Lisboa. Sin embargo, es muy discreta en cuanto a esos secretos y los revela sólo en situaciones extremas y sólo a sus amigos más íntimos. Ella se limita a dar sustos, insinúa que sabe algo y prefiere mantener a ese caballero o aquella dama en estado de terror constante a darles el golpe de gracia. ¡Esto es talento, esto es táctica! Marya Aleksandrovna siempre se ha destacado entre nosotros por su irreprochable comme il faut que todos toman por modelo. En lo tocante a comme il faut no tiene rival en Mordasov. Sabe, por ejemplo, destruir, despedazar, aniquilar a un rival con una sola palabra, de lo cual somos nosotros testigos, a la vez que finge no darse cuenta de lo que ha dicho. Sabido es que tal modo de obrar es propio de la más alta sociedad. Puede decirse que en tales ardides le lleva ventaja hasta al famoso nigromante Pinetti. Sus relaciones son incontables.

  • af Emile Zola
    227,95 kr.

    Durante el duro invierno de 1860, el Oise se heló, las llanuras de la baja Picardía quedaron cubiertas por grandes nevadas y, sobre todo, llegó una borrasca del Nordeste que casi sepultó la ciudad de Beaumont el día de Navidad. La nieve, que ya había empezado a caer por la mañana, arreció por la tarde y se fue acumulando durante toda la noche. Empujada por el viento, se precipitaba en la parte alta de la ciudad, en la calle de los Orfebres, en cuyo extremo se encuentra como encajada la fachada norte del crucero de la catedral, y golpeaba la puerta de santa Inés, la antigua portada románica, ya casi gótica, decorada con numerosas esculturas bajo la desnudez del hastial. Al día siguiente, al alba, casi alcanzaba en ese lugar una altura de tres pies. La calle aún dormía, emperezada por la fiesta de la víspera. Dieron las seis. En las tinieblas, azuladas por la caída lenta e insistente de los copos, sólo daba señales de vida una forma indecisa, una niña de nueve años que, refugiada bajo las arquivoltas de la portada, había pasado allí la noche tiritando y resguardándose lo mejor que pudo. Iba cubierta de andrajos y tenía la cabeza envuelta en un jirón de pañuelo, y los pies, desnudos dentro de unos grandes zapatos de hombre. Seguramente, había ido a parar a aquel lugar después de haber estado recorriendo la ciudad durante mucho tiempo, ya que había caído allí de puro cansancio. Para ella, era el fin del mundo, pues ya no le quedaba nadie ni nada, el abandono final, el hambre que corroe, el frío que mata; en su debilidad, ahogada por la pesada carga que oprimía su corazón, dejaba de luchar, y, cuando una ráfaga de viento arremolinaba la nieve, no le quedaba sino el alejamiento físico, el instinto de cambiar de lugar, de hundirse en aquellas viejas piedras.

  • af Juan Ruiz de Alarcon
    132,95 kr.

    Salen el Conde y Fineo, y otros criados de noche. Fin. Esta que miras, Señor, es la casa. Cond. Humilde choça, para hermosura que goza los despojos de mi amor. Fin. Tu, pues a honrarla te inclinas, engrandeces su humildad y su fortuna. Cond. Llamad. Fin. En efecto determinas entrarla a ver? Cond. Si, Fineo: no sufre mas dilacion esta amorosa passion, en que me abrasa el desseo. Fin. Mira a lo que te dispones, siendo tu padre el priuado del Rey, con mas cuydado notan todos tus acciones. Cond. Consejos me das perdidos, quando estoy de amor tan ciego, que si el alma toca a fuego, solo tratan los sentidos de librarse de la llama, que en Etna conuierte el pecho, sin atender al prouecho a la razon ni la fama. Bien se el lugar de que gozo, y a lo que obliga essa ley: mas quando esto sepa el Rey, tambien sabe que soy moço.

  • af Louis-Sebastien Mercier
    227,95 kr.

    El teatro representa un salón largo, adornado con la mayor decencia; espejo grande con mesa debajo, en el frente araña en medio, y cornucopias a los lados: tauretes repartidos, con orden: al lado derecho una puerta que es la principal entrada, y otra al izquierdo que conduce a las demás habitaciones, una y otra puerta con cortinas puestas en pabellón; DON BASILIO estará sentado en medio de la escena tomando chocolate y ANICETO a la punta de su derecha.

  • af Marry Shelley
    222,95 kr.

  • af Lope de Vega
    227,95 kr.

    Mirando un día el retrato de vuestro hermano Carlos Félix, que, de edad de cuatro años, está en mi estudio, me preguntastes qué significaba una celada que, puesta sobre un libro en un mesa, tenía por alma del cuerpo esta empresa: Fata sciunt; y no os respondí entonces porque me pareció que no érades capaz de la respuesta. Ya que tenéis edad, y comenzáis a entender los principios de la lengua latina, sabed que tienen los hombres para vivir en el mundo, cuando no pueden heredar a sus padres, más que un limitado descanso, dos inclinaciones: una a las armas, y otra a las letras, que son las que aquella celada y libro significan con la letra, que en aquellos tiernos años dice que el cielo sabe cuál de aquellas dos inclinaciones tuviera Carlos si no le hubiera, como salteador, la muerte arrebatado a mis brazos y robado a mis ojos, puesto que a mejor vida, dolorosamente, por las partes que concurrían en él de hermosura y entendimiento con esperanzas de que había que mejorar mi memoria sobreviviendo a mis años, por la razón de, curso de la naturaleza, orden sujeta a los accidentes de la vida. Vos quedastes en su lugar, no sé con cuál genio, cuya definición os darán Pausanias y Plutarco cuando sepáis entenderlos; el uno en los Acaicos, y el otro en la Vida de Bruto. Ni aun conozco la calidad de vuestro ingenio; que San Agustín tuvo por felicísimo al que nació con él, como en el libro cuarto de la Ciudad de Dios lo siente el Santo; y fue opinión de Cicerón y de Aristóteles la ventaja que hace al arte la naturaleza, a quien afrenta Plinio pensando que la cultura de las artes se debe a la avaricia; bien que casi siempre es verdad cuando no las estudia el gran señor y príncipe, y aun entonces puede ser vanidad, y no virtud, como se ha visto en muchos

  • af Oscar Wilde
    227,95 kr.

    Entre las muchas deudas que hemos contraído con las supremas facultades estéticas de Goethe se cuenta la de haber sido el primero que nos enseñó a definir la belleza en términos de la mayor concreción posible, es decir, a reparar siempre en ella en sus manifestaciones específicas. Por eso, en la conferencia que tengo el honor de dictar hoy ante ustedes, no intentaré proporcionarles una definición abstracta de la belleza ¿ni una fórmula universal para definirla, al estilo de la que buscaban las filosofías dieciochescas¿ y menos aún comunicarles algo que es, en esencia, incomunicable, y en virtud de lo cual un cuadro o un poema concretos nos producen un goce único y particular; más bien me propongo llamar su atención sobre las grandes ideas que caracterizan el gran renacimiento inglés del arte que se ha producido en este siglo, descubrir sus fuentes, dentro de lo posible, y prever su futuro hasta donde sea posible. Lo llamo nuestro Renacimiento inglés porque es, sin duda, una especie de nuevo nacimiento del espíritu del hombre, igual que lo fue el gran Renacimiento italiano del siglo XV, en su anhelo de un modo de vida más bello y refinado, en su pasión por la belleza física, en su atención exclusiva a la forma, en su búsqueda de nuevos elementos para la poesía, de nuevas formas artísticas y de nuevos goces imaginativos e intelectuales; y lo llamo nuestro movimiento romántico porque es nuestra expresión más reciente de la belleza.

  • af Alexandre Dumas
    227,95 kr.

    El 20 de agosto de 1672, la ciudad de La Haya, tan animada, tan blanca, tan coquetona que se diría que todos los días son domingo, la ciudad de La Haya con su parque umbroso, con sus grandes árboles inclinados sobre sus casas góticas, con los extensos espejos de sus canales en los que se reflejan sus campanarios de cúpulas casi orientales; la ciudad de La Haya, la capital de las siete Provincias Unidas, llenaba todas sus calles con una oleada negra y roja de ciudadanos apresurados, jadeantes, inquietos, que corrían, cuchillo al cinto, mosquete al hombro o garrote en mano, hacia la Buytenhoff, formidable prisión de la que aún se conservan hoy día las ventanas enrejadas y donde, desde la acusación de asesinato formulada contra él por el cirujano Tyckelaer, languidecía Corneille de Witt, hermano del ex gran pensionario de Holanda. Si la historia de ese tiempo, y sobre todo de este año en medio del cual comenzamos nuestro relato, no estuviera ligada de una forma indisoluble a los dos nombres que acabamos de citar, las pocas líneas explicativas que siguen podrían parecer un episodio; pero anticipamos enseguida al lector, a ese viejo amigo a quien prometemos siempre el placer en nuestra primera página, y con el cual cumplimos bien que mal en las páginas siguientes; anticipamos, decimos, a nuestro lector, que esta explicación es tan indispensable a la claridad de nuestra historia como al entendimiento del gran acontecimiento político en la cual se enmarca. Corneille o Cornelius de Witt, Ruart de Pulten, es decir, inspector de diques de este país, ex burgomaestre de Dordrecht, su ciudad natal, y diputado por los Estados de Holanda, tenía cuarenta y nueve años cuando el pueblo holandés, cansado de la república, tal como la entendía Jean de Witt, gran pensionario de Holanda, se encariñó, con un amor violento, del estatuderato que el edicto perpetuo impuesto por Jean de Witt en las Provincias Unidas había abolido en Holanda para siempre jamás.

  • af TIRSO DE MOLINA
    227,95 kr.

    DUQUE: De industria a esta espesura retirado vengo de mis monteros, que siguiendo un jabalí ligero, nos han dado el lugar que pedís; aunque no entiendo con qué intención, confuso y alterado. Cuando en mis bosques festejar pretendo vuestra venida, conde don Duarte, ¿dejáis la caza por hablarme aparte? CONDE: Basta el disimular, sacá el acero que, ya olvidado, os comparaba a Numa; que el que desnudo veis, duque de Avero, os dará la respuesta en breve suma. De lengua al agraviado caballero ha de servir la espada, no la pluma que muda dice a voces vuestra mengua.Echan manoDUQUE: Lengua es la espada, pues parece lengua; y pues con ella estáis, y así os provoca a dar quejas de mí, puesto que en vano, refrenando las lenguas de la boca, hablen solas las lenguas de la mano si la ocasión que os doy, que será poca para ese enojo poco cortesano, a que primero la digáis no os mueve; pues mi valor ningún agravio os debe. CONDE: ¡Bueno es que así disimuléis los daños que contra vos el cielo manifiesta! DUQUE: ¿Qué daños, conde?

  • af Lope de Vega
    227,95 kr.

    BELISA: ¿De esto gustas?LISARDA: De esto gusto. BELISA: ¡Qué notable inclinación! OTÓN: Casadas pienso que son. FINARDO: No te resulte disgusto; que en el hábito parecen gente noble y principal. OTÓN: Talle y habla es celestial. Juntos matan y enloquecen. Mas si el ánimo faltara, ¿qué ocasión no se perdiera? LISARDA: Si bien no me pareciera, ninguna joya tomara; que lo mayor para mí es el buen talle del hombre. BELISA: Por mi fe que es gentilhombre.

  • af Ignacio Manuel Altamirano
    227,95 kr.

    Yautepec es una población de la tierra caliente, cuyo caserío se esconde en un bosque de verdura.De lejos, ora se llegue de Cuernavaca por el camino quebrado de las Tetillas, que serpentea en medio de dos colinas rocallosas cuya forma les ha dado nombre, ora descienda de la fría y empinada sierra de Tepoztlán, por el lado Norte, o que se descubra por el sendero llano que viene del valle de Amilpas por el Oriente, atravesando las ricas y hermosas haciendas de caña de Cocoyoc, Calderón, Cassano y San Carlos, siempre se contempla a Yautepec como un inmenso bosque por el que sobresalen apenas las torrecillas de su iglesia parroquial.De cerca, Yautepec presenta un aspecto original y pintoresco. Es un pueblo mitad oriental y mitad americano. Oriental, porque los árboles que forman ese bosque de que hemos hablado son naranjos y limoneros, grandes, frondosos, cargados siempre de frutos y de azahares que embalsaman la atmósfera con sus aromas embriagadores. Naranjos y limoneros por donde quiera, con extraordinaria profusión. Diríase que allí estos árboles son el producto espontáneo de la tierra; tal es la exuberancia con que se dan, agrupándose, estorbándose, formando ásperas y sombrías bóvedas en las huertas grandes o pequeñas que cultivan todos los vecinos, y rozando con sus ramajes de un verde brillante y obscuro y cargados de pomas de oro los aleros de teja o de bálago de las casas. Mignon no extrañaría su patria, en Yautepec, donde los naranjos y limoneros florecen en todas las estaciones.

  • af Jules Verne
    222,95 kr.

  • af Élisée Reclus
    162,95 kr.

    La historia de un arroyo, hasta la del más pequeño que nace y se pierde entre el musgo, es la historia del infinito. Sus gotas centelleantes han atravesado el granito, la roca calcárea y la arcilla; han sido nieve sobre la cumbre del frío monte, molécula de vapor en la nube, blanca espuma en las erizadas olas. El sol, en su carrera diaria, las ha hecho resplandecer con hermosos reflejos; la pálida luz de la luna las ha irisado apenas perceptiblemente; el rayo la ha convertido en hidrógeno y oxígeno, y luego, en un nuevo choque, ha hecho descender en forma de lluvia sus elementos primitivos. Todos los agentes de la atmósfera y el espacio y todas las fuerzas cósmicas, han trabajado en concierto para modificar incesantemente el aspecto y la posición de la imperceptible gota; á su vez, ella misma es un mundo como los astros enormes que dan vueltas por los cielos, y su órbita se desenvuelve de cielo en cielo eternamente y sin reposo.Toda nuestra imaginación no basta para abarcar en su conjunto el circuito de la gota y por eso nos limitamos á seguirla en su curso y su caída, desde su aparición en la fuente, hasta mezclarse con el agua del caudaloso río y el océano inmenso. Como seres débiles, intentamos medir la naturaleza con nuestra propia talla; cada uno de sus fenómenos se resume para nosotros en un pequeño número de impresiones que hemos sentido. ¿Qué es el arroyo, sino el sitio hermoso y apacible donde hemos visto correr el agua cristalina bajo la sombra de los álamos, balancearse sus hierbas largas como serpentinas y temblar agitados los juncos de sus islitas? La orilla florida donde gozábamos acostándonos al sol, soñando en la libertad, el sendero tortuoso que bordea el margen y que nosotros seguimos con paso lento contemplando el curso del agua, la arista de la piedra desde la cual el agua unida en apretado haz se precipita en cascada ó se deshace en espuma; he ahí lo que en nuestro recuerdo es el arroyo, casi con toda su infinita y compleja naturaleza, puesto que lo restante se pierde en las obscuridades de lo inconcebible.

  • af Juan Ruiz de Alarcon
    132,95 kr.

    Águila, a su esplendor no se deslumbra Al espléndido trono fija atento Aquí de Ampudia el advertido Conde Aquí la águila regia, aquí el segundo Aún no la planta se ocultó postrera Blasones aclamó del Almirante Candores brilla, si entre auroras puede Carlos le sigue; de su bruto alado Clara familia infante el grave paso Con relámpagos siete, ardiente rayo Cordobés rucio entiende el pensamiento cuando el aplauso roba cortesano Cuando la puerta que antes el Oriente Cuanto su vista el ánimo suspende Cuatro veces en giros diferentes De Córdoba al clarín tiembla la tierra De éste, pues, héroe, visitó la arena Del alto trono el trono mismo alcanza De las escuadras diez que ya leales Del carro de la noche se desata De un bizarro alazán la espalda oprime Doce enfrenados montes, que de Ociro Ébano y oro dividiendo hermosa El gallardo Guzmán, el fiel Acates El lusitano Mora, que dilata Emula de la pompa lusitana En él dio fin la ostentación faustosa En medio de su curso impele al viento En torno lustra la cuadrada arena Era del año la estación ardiente Festivo, si marcial, suena inflamado Grave se mueve el uno y otro plaustro Hasta que ya interpuestos los ancianos Jerarquía gentil de semidiosas La lealtad puede tanto, tanto puede Largo escuadrón, al resonar del viento Los aplausos prorrumpen alegría

  • af Robert Louis Stevenson
    162,95 kr.

    En estos tiempos en que todo el mundo está obligado, so pena de ser condenado en ausencia por un delito de lesa respetabilidad, a emprender alguna profesión lucrativa y a esforzarse en ella con bríos cercanos al entusiasmo, la defensa de la opinión opuesta por parte de los que se contentan con tener lo suficiente, y prefieren mantenerse al margen y disfrutar, tiene algo de bravata y fanfarronería. Sin embargo, no debería ser así. La supuesta ociosidad, que no consiste en no hacer nada, sino en hacer muchas cosas que no están reconocidas en las dogmáticas prescripciones de la clase dominante, tiene tanto derecho a exponer su posición como la propia laboriosidad. Se suele admitir que la presencia de personas que se niegan a tomar parte en la gran carrera de obstáculos por un poco de calderilla no hace más que insultar y desalentar a quienes participan. Un individuo cabal (como tantos que vemos) toma su decisión, opta por la calderilla y, con esa enfática expresión tan americana, «va a por ella». Y, mientras este hombre va ascendiendo trabajosamente por la senda marcada, no es difícil comprender su resentimiento cuando ve que, junto al camino, hay personas cómodamente tendidas sobre la hierba del prado, con un pañuelo sobre las orejas y un vaso al alcance de la mano. La indiferencia de Diógenes tocó una fibra muy sensible de Alejandro. ¿Dónde estaba la gloria de haber conquistado Roma si cuando aquellos turbulentos bárbaros se precipitaron en el Senado encontraron allí a los Padres sentados en silencio e indiferentes a su hazaña? Es descorazonador haberse esforzado para escalar escarpadas cumbres y, al llegar arriba, encontrar que la humanidad permanece indiferente a tu proeza. De ahí que los físicos condenen a quienes se ocupan de lo que no entra en las leyes de la física, que los financieros no toleren más que superficialmente a los que no entienden de alzas y bajas de valores, que los literatos desprecien a los iletrados, y que los de todas las profesiones coincidan en su desprecio hacia quienes no desempeñan ninguna.

  • af Ruben Dario
    132,95 kr.

    Sin pinceles, sin paleta, sin papel, sin lápiz, Ricardo, poeta lírico incorregible, huyendo de las agitaciones y turbulencias, de las máquinas y de los fardos, del ruido monótono de los tranvías y el chocar de las herraduras de los caballos con su repiqueteo de caracoles sobre las piedras; de las carreras de los corredores frente a la Bolsa, del tropel de los comerciantes; del grito de los vendedores de diarios; del incesante bullicio e inacabable hervor de este puerto; en busca de impresiones y de cuadros, subió al cerro Alegre que, gallardo como una gran roca florecida, luce sus flancos verdes, sus montículos coronados de casas risueñas escalonadas en la altura, rodeadas de jardines, con ondeantes cortinas de enredaderas, jaulas de pájaros, jarras de flores, rejas vistosas y niños rubios de caras angélicas.Abajo estaban las techumbres de Valparaíso que hace transacciones, que anda a pie como una ráfaga, que puebla los almacenes e invade los bancos, que viste por la mañana torno crema o plomizo, a cuadros, con sombrero de paño, y por la noche bulle en la calle del Cabo con lustroso sombrero de copa, abrigo al brazo y guantes amarillos, viendo a la luz que brota de las vidrieras, los lindos rostros de las mujeres que pasan.Más allá, el mar acerado, brumoso, los barcos en grupo, el horizonte azul y lejano. Arriba, entre opacidades, el sol.Donde estaba el soñador empedernido, casi en lo más alto del cerro, apenas si se sentían los extremecimientos de abajo. Erraba él a lo largo del Camino de Cintura e iba pensando en idilios, con toda la augusta desfachatez de un poeta que fuera millonario.Había allí aire fresco para sus pulmones, casas sobre cumbres, como nidos al viento, donde bien podía darse el gusto de colocar parejas enamoradas, y tenía además, el inmenso espacio azul, del cual, -él lo sabía perfectamente, los que hacen los salmos y los himnos pueden disponer como les vengan en antojo.

  • af Ruben Dario
    162,95 kr.

    Había sonado la una de la mañana en el reloj de la Intendencia, y parecía ya, por lo tranquilo de aquella noche, que nada ven tiria a perturbar el reposado sueño en que los laboriosos habitantes de la metrópoli comercial del Pacífico descansaban de las rudas tareas del díaOyóse de pronto el tradicional pitio de un policial al que sucede el tañido de la campanas que en todos los cuarteles de la ciudad llaman al abnegado bombero al cumplimiento de su deber.Cual si hubiera sitio esta una señal mágica, al tranquilo silencio río aquella noche de invierno, sucédese un extraordinario movimiento. Voluntarios que a toda prisa pasan abandonan, unos el abrigado lecho, otros el aristocrático salón de animada tertulia, y vuelan a sus casas en busca de alguna insignia de su misión para correr en seguida a sus cuarteles; bombas que han partido ya con presura al lugar amargado auxiliares que olvidando e] cansancio producido por la fatigosa labor del día, acuden ágiles a secundar a sus oficiales; muchachos y hombres del pueblo que ocurren a prestar el contingente de sus brazos para arrastrar las pesadas máquinas que evitan la destrucción, a diferencia de otras que la realizan; aquí un carruaje que es uncido a la palanca de la bomba y ayudan a arrastrarla; mas allá un grupo de alegre jóvenes pie al salir de su club se unen al número de los entusiastas salvadores de la propiedad y también les prestan el concurso de sus brazos; por todas partes la agitación, el ruido, el movimiento, cual si la ciudad hubiera despertado sobresaltada a influjo de algún golpe eléctrico. Luego, a medida que va aproximándose al lugar amenazado, vánse también distinguiendo allí bomberos de todas las nacionalidades, uniformes de diversos colores y variedades; y pasan en rápido desfile, se confunden y se agrupan, y se estrechan, las ensacas rojas con las azules, los cascos de bronce con los de reluciente cuero; y se codean, y se empujan, y so mezclan con la admirable confraternidad del deber, ingleses y chilenos, italianos, alemanes y franceses.

  • af Emilio Salgari
    222,95 kr.

    ¿¡Nos espera una mala noche, muchachos! ¿dijo poco antes de ponerse el sol el coronel Devandel, a quien el Gobierno americano había mandado con gran premura al frente de cincuenta hombres apenas a perseguir a los cowboys en las montañas de Laramie¿. ¡Mucha vigilancia o, de lo contrario, los indios aprovecharán la ocasión para atravesar la garganta del Funeral! El bravo soldado, que había conquistado sus galones primero en la guerra contra Méjico y después peleando denodadamente en las fronteras del Far- West contra los indómitos pieles rojas, no se engañaba en sus predicciones. Las altas cimas de las montañas que se extienden entre los confines meridionales del Wyoming y los septentrionales del Colorado habíanse cubierto de densas nubes, y el trueno no tardó en hacer oír su voz poderosa. A los pocos instantes comenzó a caer sobre el campamento una lluvia torrencial, que obligó a los centinelas a replegarse más que de prisa hacia los furgones dispuestos en cruz de San Andrés para defender las tiendas de una sorpresa probable. Sólo los soldados jóvenes, que hasta pocos días antes habían estado dedicados a recorrer praderas y que se hallaban, por tanto, habituados a afrontar las intemperies, se mantuvieron obstinadamente en la extremidad de una peligrosa vereda que conducía al llamado paso del Funeral.

  • af Eugenio Cambaceres
    227,95 kr.

    De cabeza grande, de facciones chatas, ganchuda la nariz, saliente el labio inferior, en la expresión aviesa de sus ojos chicos y sumidos, una capacidad de buitre se acusaba.Llevaba un traje raído de pana gris, un sombrero redondo de alas anchas, un aro de oro en la oreja, la doblesuela claveteada de sus zapatos marcaba el ritmo de su andar pesado y trabajoso sobre las piedras desiguales de la calle.De vez en cuando, lentamente, paseaba la mirada en torno suyo, daba un golpe -uno solo- al llamador de alguna puerta, y, encorvado bajo el peso de la carga que soportaban sus hombres: "tachero"... gritaba con voz gangosa: "¿componi calderi, tachi, siñora?".Un momento, alargando el cuello, hundía la vista en el zaguán. Continuaba luego su camino entre ruidos de latón y fierro viejo. Había en su paso una resignación de buey.Alguna mulata zarrapastrosa, desgreñada, solía asomar; lo chisteaba, regateaba, porfiaba, "alegaba", acababa por ajustarse con él.Poco a poco, en su lucha tenaz y paciente por vivir, llegó así hasta el extremo Sud de la ciudad, penetró en una casa de la calle San Juan entre Bolívar y Defensa.

  • af Vicente Blasco Ibañez
    227,95 kr.

    ¿Los amigos te esperan en el casino. Sólo te han visto un momento esta mañana: querrán oírte; que les cuentes algo de Madrid. Y doña Bernarda fijaba en el joven diputado una mirada profunda y escudriñadora de madre severa que recordaba a Rafael sus inquietudes de la niñez.¿¿Vas directamente al Casino?...¿añadió.¿Ahora mismo irá Andrés.Saludó Rafael a su madre y a don Andrés, que aún quedaban a la mesa saboreando el café, y salió del comedor. Al verse en la ancha escalera de mármol rojo, envuelto en el silencio de aquel caserón vetusto y señorial, experimentó el bienestar voluptuoso del que entra en un baño tras un penoso viaje. Después de su llegada, del ruidoso recibimiento en la estación, de los vítores y música hasta ensordecer, apretones de manos aquí, empellones allá, y una continua presión de más de mil cuerpos que se arremolinaban en las calles de Alcira para verle de cerca, era el primer momento en que se contemplaba solo, dueño de sí mismo, pudiendo andar o detenerse a voluntad, sin precisión de sonreír automáticamente y de acoger con cariñosas demostraciones a gentes cuyas caras apenas reconocía. ¿Qué bien respiraba descendiendo por la silenciosa escalera, resonante con el eco de sus pasos! ¡Qué grande y hermoso le parecía el patio con sus cajones pintados de verde, en los que crecían los plátanos de anchas y lustrosas hojas! Allí habían pasado los mejores años de su niñez. Los chicuelos que entonces le espiaban desde el gran portalón, esperando una oportunidad para jugar con el hijo del poderoso don Ramón Brull, eran los mismos que dos horas antes marchaban agitando sus fuertes brazos de hortelanos, desde la estación a la casa, dando vivas al diputado, al ilustre hijo de Alcira.

  • af TIRSO DE MOLINA
    132,95 kr.

    Música de todos géneros y entran por un palenque con los instrumentos de un bautismo en fuentes de plata, gentileshombres bizarros en cuerpo; detrás de todos don JUAN, que lleva sobre una fuente un turbante y en él una corona, y en el remate una cruz. Luego vestido a lo turquesco, de blanco, el rey SAFIDÍN, descubierta la cabeza; a su lado GARCÍA de Sá, viejo, gobernador, bizarro, en cuerpo a lo antiguo. Por otro palenque SOLDADOS bizarros, uno de ellos con la banda de las Quinas de Portugal; y arcabuces, trompetas y cajas. Detrás, arrastrando una pica, MANUEL de Sosa, muy bizarro, y delante de él DIAGUITO con arcabuz pequeño, espada y daga. Arriba, en un balcón despejado y grande, la reina ROSAMBUCA a lo indio, coronada, y a su lado doña LEONOR, muy bizarra, y doña MARÍA, de hombre, muy galán. Va a besar la mano MANUEL, a GARCÍA, y tiénele

  • af Rosalia de Castro
    227,95 kr.

    IAbajo A través del follaje perenne que oír deja rumores extraños, y entre un mar de ondulante verdura, amorosa mansión de los pájaros, desde mis ventanas veo el templo que quise tanto. El templo que tanto quise..., pues no sé decir ya si le quiero, que en el rudo vaivén que sin tregua se agitan mis pensamientos, dudo si el rencor adusto vive unido al amor en mi pecho. II Otra vez, tras la lucha que rinde y la incertidumbre amarga del viajero que errante no sabe dónde dormirá mañana, en sus lares primitivos halla un breve descanso mi alma. Algo tiene este blando reposo de sombrío y de halagüeño, cual lo tiene, en la noche callada, de un ser amado el recuerdo, que de negras traiciones y dichas inmensas, nos habla a un tiempo.

  • af Manuel osé Quintana
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    Mi buen amigo: El desaucio está ya hecho y el testimonio irá, en uno de estos correos inmediatos, enviado por el Administrador. Esté V., pues, a la mira, y haga V. que venga la cosa a informe, pues, por acá, no está mal preparada. Ya sabemos todos lo mucho que V. nos quiere y no dudamos de su eficacia.Bueno será, en efecto, tener a la vista lo de Casas para perfeccionar la vida de Balboa y componer la de Cortés. Algunos apuntes saqué yo curiosos en lo que vi del primero en lo que V. tenía, y no dudo que en el resto habrá cosas importantes y, sobre todo, picantes. Entre los apéndices que debe llevar esta vida de Balboa, uno ha de ser la carta escrita por él al Rey, que está entre los mamotretos de V., y, otro, el testimonio del descubrimiento del mar del Sur y posesión tomada de él, dado por el escribano Valderrábano: creo que no ha de ser uno solo, y se han de hallar en el lib. 29 de Oviedo, que tuve también entonces a la vista. Estos los puede ir copiando Antoñito, así como la carta; pero a su comodidad y despacio.Vea si puede V. brujulear, por alguno de los papelotes, el día en que fue degollado Vasco Núñez; igualmente vea V. si Herrera equivocó y confundió, como yo sospecho, una expedición desgraciada que supone hecha por Vasco Núñez, en el año 1514, contra los indios barbacoas, antes de que llegase Pedrarias, con otra que hizo después al mismo paraje y con el mismo mal éxito, ya mandando aquel vegete. Herrera hace dos expediciones, y yo me figuro que no hubo más que una, porque ninguno de los demás autores habla de la primera. Quisiera también que buscase V. un apunte de Muñoz sobre la querella que le armó el conde de Puñoenrostro a Herrera sobre lo mal tratado que estaba su pariente Pedrarias en la historia: y que se copiase también todo lo que dice Muñoz sobre el particular.

  • af Virginia Woolf
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    Era una noche de verano y, en la amplia estancia con ventanas que daban al jardín, hablaban acerca del pozo negro. El consejo del condado había prometido llevar agua al pueblo, pero no lo había cumplido. La señora Haines, esposa del caballero terrateniente, una mujer que tenía cara de oca y unos ojos saltones, como si vieran algo que tragar en la acequia, dijo con afectación:¿¡Vaya tema de conversación en una noche como esta!Entonces hubo un silencio; una vaca mugió, y esto dio pie a que la señora Haines comentara cuán raro era que, siendo niña, jamás hubiera temido a las vacas, solo a los caballos. Aunque había que tener en cuenta que, cuando era muy pequeña, todavía en el cochecito, un caballo de tiro había pasado a un dedo de su cara. Su familia, dijo la señora Haines al anciano que estaba sentado en un sillón, había residido cerca de Liskeard durante siglos. Las tumbas que había en el cementerio así lo demostraban.Fuera, un pájaro gorjeó. ¿¿Un ruiseñor? ¿preguntó la señora Haines.No, los ruiseñores no llegaban tan al norte. Era un pájaro diurno que, animado por otro día sustancioso y suculento, por los gusanos y los caracoles y la arenilla, gorjeaba incluso dormido.

  • af Arthur Conan Doyle
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    Cuando uno estudia la psicología criminal, llega forzosamente a la conclusión de que la más peligrosa de todas las mentalidades es la del hombre desmesuradamente egoísta. Es este un hombre que ha perdido su sentido de la proporción. Su propia voluntad y su propio interés han borrado en él toda conciencia de sus obligaciones hacia la comunidad. El carácter impulsivo, los celos, la sed de venganza, engendran el crimen; pero el egoísmo llevado hasta la locura es el más peligroso y también el más odioso de sus progenitores. Sir Willoughby Patterne, el eterno prototipo de todos los egoístas, puede ser un personaje divertido e inofensivo a condición de que todo le vaya bien; pero basta con que le sea negado algo de lo que desea, para que de ello se deriven las más monstruosas consecuencias. Huxley ha dicho que en esta vida, uno está perpetuamente jugando una partida con un adversario invisible, que sólo deja sentir su presencia cuando uno comete una falta: entonces, le impone un castigo. El jugador que comete la falta de ser egoísta puede tener que pagar un precio terrible por ello. Pero hay algo inexplicable en las reglas de ese juego y es que algunos, que son sólo espectadores de la partida, pueden verse obligados a ayudarle a pagar. Lean la historia de William Godfrey Youngman, y vean lo difícil que es entender las reglas que rigen dichos castigos. Aprendan también que el egoísmo no es un pecadillo inofensivo, sino una malvada raíz capaz de producir los más monstruosos frutos. A unos sesenta kilómetros al sur de Londres, y cerca del balneario, bastante pasado de moda, de Tunbridge Wells, se halla la pequeña localidad de Wadhurst. Está situada en el condado de Sussex, aunque cerca de los confines del condado de Kent. Es una región de gran riqueza ganadera, y los granjeros son en ella una clase floreciente, pues se hallan lo bastante cerca de la metrópolis para beneficiarse del inmenso apetito de ésta. Entre esos granjeros vivía, en el año 1860, un tal Streeter, dueño de una pequeña granja y padre de una hermosa hija, Mary Wells Streeter.

  • af Jonathan Swift
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    I. PREDICCIONES PARA EL AÑO 1708 EN LAS CUALES EL MES, Y EL DÍA DEL MES SON PRECISADOS, LAS PERSONAS NOMBRADAS, Y LAS GRANDES ACCIONES Y EVENTOS DEL AÑO PRÓXIMO ESCRUPULOSAMENTE RELATADOS, TAL COMO VENDRÁN A SUCEDER. ESCRITAS PARA EVITAR QUE EL PUEBLO DE INGLATERRA SIGA SIENDO ENGAÑADO POR LOS VULGARES FABRICANTES DE ALMANAQUES.POR ISAAC BICKERSTAFF, Esq.John Partridge era el seudónimo de John Hewson, uno de los muchos astrólogos o «fabricantes de almanaques» que se enriquecían entonces (como hoy) gracias a la ignorancia de la gente. Pero el suyo fue un caso particular: rápidamente se convirtió en el protegido del rey Guillermo y en médico de la corte. En 1708, Swift ¿tanto por su odio a la ignorancia como por razones políticas¿ decidió demolerlo; la manera en que lo hizo constituye, al mismo tiempo que una de sus burlas más crueles, la demostración del poder casi mortífero de su literatura y de su inteligencia. Adoptando el seudónimo de Isaac Bickerstaff, astrólogo ficticio, publicó sus Predicciones para el año 1708, en las que anticipó la muerte de Partridge para el 29 de marzo. En la mañana del 30 de marzo los canillitas londinenses vocearon otro texto swiftiano: una Elegía por la muerte de Partridge, y pocos días después, la Carta a un Lord, en la cual un supuesto testigo imparcial narra los detalles de esa muerte. Pero Partridge era estúpido: en vez de callarse, se le ocurrió refutar a Swift, haciendo público el hecho de que no sólo estaba vivo, sino que también lo había estado el 29 de marzo. Entonces llegó el golpe fatal: la Vindicación. La burla se hizo célebre; amigos de Swift, como Pope, Congreve, Gay o Steele, tomaron parte en la «controversia» publicando anuncios en los que probaban o se condolían de la muerte del astrólogo. Fue el fin de Partridge. Casi se puede decir que Swift lo mató escribiendo.

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