Bag om El Árbol de la Filosofía
Es sospechoso de enloquecer, es conspicuo, puede ser nadie o todos, pero es. Siempre fue, está, enciende su lámpara, balbucea imágenes, encuentros, nombres, se pellizca, muerde el aire con las palabras, sube, baja, va, se pierde, regresa. Es un camino, aunque parezca que no exista ni siquiera un paralelo, una entrega a creer, o creerse todos, o él. Esa es la vida, y aquí está el hombre. Su abadía abandonada, donde tuvo la oración que lo ayudaba a encontrarse, si alguna vez recordó haberse encontrado. Su casa habitada y deshabitada por él mismo, sus divergencias, sus huellas, su estilo de definirse algo, figura, suerte, destino, tierra, al menos orilla. Su caminar, que es nuestro caminar, y solamente llamarse hombre, ser, algo, o sombra. Hemos visto cómo, en Parménides, la filosofía se anuncia como un camino de o hacia la verdad del ser en su diferencia (y, también, en su posible confusión) con la no verdad de la opinión (doxa) que se extravía en la diversidad del ente. El hombre que se destila en este monólogo, es diferencia y es confusión, es historia en tránsito, o historia en pedazos legítimos para unirse en una voz, es el tatarear de una buena canción de salsa, esquina y duelo, esquina y paso, esquina y otro poco de desnudez.
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