Bag om Michel Foucault
En el último Foucault -me refiero a los seis últimos cursos publicados- convergen las líneas de su reflexión. Es aquí donde acomete de modo explícito su tarea como filósofo, tal como él la entiende. Más que la metafísica platónica que ha dado lugar a las tradiciones ontológicas de la filosofía, le interesa la filosofía como interpelación de lo real en relación a circunstancias políticas concretas y opciones personales de vida. A lo largo de su carrera como investigador ha vinculado dos esferas de funcionamiento del individuo. Ha pasado, desde Las palabras y las cosas, que es un estudio de la historia del conocimiento, a la veridicción; y de los regímenes de subjetivación (Historia de la locura, Vigilar y castigar) a la gobernabilidad de sí y de los otros, articulando una perspectiva conjunta de las relaciones entre verdad, poder e individuo. El devenir presente motiva las genealogías. La investigación histórica proporciona una perspectiva extemporánea, da a entender de dónde venimos y cómo hemos llegado aquí. Foucault propone una filosofía política de la historia, que es una filosofía de la guerra y de las técnicas de gobernabilidad, a partir del evento presente, que aún no es historia sino devenir intempestivo de luchas. La filosofía de Foucault se comprende en relación con su circunstancia, marcada por un antes y un después: mayo del 68. Fue un acontecimiento no programado, en rigor imprevisto: fue crítica puesta en acto. Y corresponde en el tiempo no con Rousseau ni con Robespierre, sino con Foucault y Deleuze, quiénes eran ellos y otros entonces. ¿De qué contaban en todo esto? ¿Cómo se posicionaron o cómo intervinieron en este acontecimiento? A diferencia del marxismo profético, Foucault ancla su teoría en el presente. Sus investigaciones, sus genealogías, están en contacto con el presente en términos éticos y políticos. El acontecimiento todavía no es historia, relativiza la historia, pertenece a la vida, deja de lado en suspenso el desenlace y resultados. Requiere un análisis a través de nuevos conceptos, requiere la invención de un nuevo imaginario político. El poder y la verdad son los problemas que Foucault investiga. En vez de concentrarse exclusivamente en el aparato de Estado, atiende al funcionamiento micropolítico de las relaciones entre grupos y entre individuos. El método no es, a todo evento, otra cosa que el propio trayecto, una historicidad, no de la contradicción, sino del acontecimiento, resultado de estrategias de sujeción y de resistencias múltiples parcialmente incontrolables. En relación a Foucault, podemos hablar de nominalismo filosófico y de empirismo histórico. Nominalismo, aquí, significa tener en cuenta la materialidad económica, jurídica, política, corporal, discursiva, que impida todo retorno a la metafísica. Contrarresta el importe ontológico de las nociones, impide olvidar la relación entre logos y alogos en el pensamiento real. El empirismo contrarresta cualquier intento de totalización y sobredeterminación en el campo histórico. En contraste, la dialéctica aparece como una manera de esquivar la realidad, que es cada vez más azarosa y abierta, reduciéndola al esqueleto hegeliano; y la semiología, como una manera de esquivar el carácter violento, sangrante, mortal, reduciéndolo a la forma apacible y platónica del lenguaje y del diálogo.
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