Bag om Mis plagios
En fin, hablemos del Sr. D. Luis Bonafoux y Quintero; pero no crea el agraciado, como se dice de los que ganan un premio de la lotería, que me decido a publicar su nombre por espíritu de caridad; la caridad bien entendida -aunque él opinará hoy por hoy lo contrario- consistiría en no decir palabra de tal sujeto, dejándole en la merecida oscuridad en que vive, a pesar de todas las pajuelas de azufre escandaloso y pestilente que anda encendiendo por los rincones más intransitables de la prensa callejera; pajuelas cuya lumbre apaga el viento frío de la indiferencia pública, como diría Alonso Martínez, puesto en mi caso. No es caridad sacar a relucir estos nombres de muchachos exaltados, que tienen por enfermedad el prurito literario, y que, creyendo imitar lo que ni siquiera son capaces de comprender, insultan y calumnian, y llaman a esto sátira y crítica; y confundiendo lastimosamente las especies, censuran al escritor, no por sus literaturas, sino por vicios, pecados y hasta delitos reales o supuestos, pero siempre extraños a la materia artística. La caridad consistiría en insistir público y crítica en no conocer a tales caballeros, en no querer saber quién son, por mucho que vociferen. Así podría lograrse, y se ha logrado muchas veces, que, cansados de su eterno monólogo, dejasen las letras para quien son, y buscasen pábulo a su actividad en cualquier otro género de profesión u oficio. Respecto del Sr. Bonafoux, no hay caridad en este artículo, preciso es confesarlo; pero acaso la haya con relación a otros jóvenes y algunos viejos que pudieran tomar ejemplo de lo que aquí van a leer, para evitarse análogas malandanzas.
Vis mere