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Esta es una historia de seres resistentes, resistentes políticos, resistentes a las adversidades que les ha tocado vivir, resistentes a la desesperanza por la frustrada intervención de las potencias occidentales contra el franquismo y por la negación de la legitimidad republicana, resistentes con su honradez, su coraje, su lealtad, con su sacrificio y su lucha, a quienes se les ha negado no sólo la gratitud por su comportamiento, sino además el poder contar su historia.El derecho a saber la verdad no incumbe sólo a las víctimas y sus familiares. Es también un derecho colectivo que permite evitar que en el futuro se puedan reproducir los mismos vejámenes.Como contrapartida, al estado le corresponde el deber de recordar, mantener viva la memoria histórica, a fin de protegerse de las tergiversaciones de las narraciones que dan lugar a negacionismos y oscurantismos.El conocimiento por parte de un pueblo de su propia historia y, sobre todo, de la historia de su opresión, es su patrimonio y debe ser conservado.Cuando ese deber no se cumple por un estado amnésico, cuando se educa a las nuevas generaciones en el silencio, cuando la verdad no se conoce, no se salda la deuda con esos resistentes, no se hace justicia y no se realizan las reparaciones necesarias a quienes formaron parte de esos hechos, deben ser los ciudadanos quienes tomen la palabra y expliquen lo que vivieron.Siento la necesidad de dar las gracias y de contar esta historia, historia de alegrías y tristezas, historia de gente sencilla que vivió la vida, gozando del privilegio de saberse íntegros. La historia de mi familia.
Cuentos para niños de cualquier edad y letras de canciones infantiles.
Un cuento, según las sabias definiciones, es una narración breve, oral o escrita, en la que se relata una historia real o ficticia.Sin embargo qué poco se transmite en esta definición, del instante maravilloso en el que descubres el final inesperado o ingenioso de un cuento.Yo no sé si mis cuentos son ingeniosos, ni siquiera sé si pueden gustar a la gente.Sólo sé que me gusta escribirlos, sentir ese instante en el que el cuento se empieza a escribir solo, sin apenas poner por mi parte más que el movimiento de los dedos sobre las teclas del ordenador.Tampoco sé cómo llegan a mi cabeza.A veces llegan en sueños, flotando entre imágenes reales extrañamente mezcladas.A veces llegan en una palabra que parece abrir una puerta y no me deja ver el final hasta que queda escrito.A veces siento la necesidad de tener a mano un papel para escribir un final y el cuento se desenvuelve de atrás para adelante, terminando por desvelarme el título.Lo que siempre siento al darlo por acabado, es un placer indescriptible.Uno escribe para que lo lean, y quien afirme lo contrario está manteniendo una pose bastante hipócrita al respecto.Escriben para si mismas, las personas que elaboran diarios íntimos.Yo aspiro a llegar al público, a conectar con el lector, a conectar contigo, que completas el cuento al terminar de leerlo.Por eso, cálzate los ojos de asombro y entra a mirar las flores.Encontrarás también cuentos.
Hace muchos siglos, cuando Europa estaba cubierta de frondosos bosques, se rendía culto a ciertos árboles ya que se creía que los espíritus habitaban en ellos.Yo sigo creyendo que los árboles nos dan mucho más que sombra y madera. Son símbolo de la vida, nos regalan el oxígeno, elemental para nuestra subsistencia.Pero también son más que eso.En las calurosas tardes de verano, cuando era pequeña, solía subirme a uno de los árboles de la calle larga de San Ignacio para cantar, recitar y contarle mis secretos.Siempre elegía el mismo. Entre cientos de árboles, el mismo.Como si un hilo invisible nos uniera reconfortándonos.Por eso hoy, que ya no lo tengo, me acerco en sueños hasta él, me subo a sus ramas torcidas, me siento rodeada de elfos, gnomos y hadas, me acurruco entre sus hojas y le narro mis cuentos.Cuentos entre las hojas, para leer en las tardes de verano, para reír, llorar o soñar, acunada por la suave brisa que lo hace hablar, envuelta en su fresca sombra, acariciada por sus ramas ásperas pero tiernas, flotando entre el cielo y la tierra.
En esta civilización donde lo visual prima sobre lo escrito, en lugar de sacarme una foto delante del Malecón de La Habana, decido escribir sobre él y transmitir mis impresiones del viaje. Cuba no hay más que una y La Habana es su capital. Sola, libre, fuerte, carenciada, decrépita, orgullosa, alegre, protestona, cantora, limpia, burocrática... por siempre La Habana.
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