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Bøger i Littérature d'Espagne du Siècle d'or à aujourd'hui serien

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  • af Erckmann Chatrian
    272,95 kr.

  • af Arthur Conan Doyle
    227,95 kr.

  • af Bram Stoker
    227,95 kr.

  • af TIRSO DE MOLINA
    132,95 kr.

  • af TIRSO DE MOLINA
    222,95 kr.

  • af Jack London
    132,95 kr.

    Buck no leía los periódicos, de lo contrario habría sabido que una amenaza se cernía no sólo sobre él, sino sobre cualquier otro perro de la costa, entre Puget Sound y San Diego, con fuerte musculatura y largo y abrigado pelaje. Porque a tientas, en la oscuridad del Ártico, unos hombres habían encontrado un metal amarillo y, debido a que las compañías navieras y de transporte propagaron el hallazgo, miles de otros hombres se lanzaban hacia el norte. Estos hombres necesitaban perros, y los querían recios, con una fuerte musculatura que los hiciera resistentes al trabajo duro y un pelo abundante que los protegiera del frío.Buck vivía en una extensa propiedad del soleado valle de Santa Clara, conocida como la finca del juez Miller. La casa estaba apartada de la carretera, semioculta entre los árboles a través de los cuales se podía vislumbrar la ancha y fresca galería que la rodeaba por los cuatro costados. Se llegaba a ella por senderos de grava que serpenteaban entre amplios espacios cubiertos de césped y bajo las ramas entrelazadas de altos álamos. En la parte trasera las cosas adquirían proporciones todavía más vastas que en la delantera. Había espaciosas caballerizas atendidas por una docena de cuidadores y mozos de cuadra, hileras de casitas con su enredadera para el personal, una larga y ordenada fila de letrinas, extensas pérgolas emparradas, verdes prados, huertos y bancales de fresas y frambuesas. Había también una bomba para -el pozo artesiano y un gran estanque de hormigón donde los chicos del juez Miller se daban un chapuzón por las mañanas y aliviaban el calor en las tardes de verano.

  • af Nathaniel Hawthorne
    227,95 kr.

    Una multitud de hombres barbudos, vestidos de colores sombríos y llevando sombreros grises puntiagudos como agujas de campanario, junto a algunas mujeres con capuchas sobre la cabeza y otras sin sombrero, estaba congregada frente a un edificio de madera cuya puerta era de grueso roble tachonado con clavos de hierro. Los fundadores de una nueva colonia, cualquiera que sea la utopía de felicidad y virtud humana que proyecten originariamente, se dan cuenta siempre de que una de sus primeras necesidades prácticas es la de demarcar dos lotes del suelo virgen, uno para el cementerio y otro para la cárcel. De acuerdo con esta regla, puede suponerse sin temor a equivocarse que los primitivos pobladores de Boston construyeron la primera cárcel en algún lugar cerca de Cornhill, casi al mismo tiempo que trazaron el primer cementerio en las tierras de Isaac Johnson, donde se encontraba su tumba, la que más tarde vino a ser el centro de todos los sepulcros congregados en el viejo cementerio de King¿s Chapel. Lo cierto es que, unos quince o veinte años después de la fundación de la colonia, el edificio de madera de la prisión ostentaba ya las huellas del tiempo y la intemperie, lo que daba un aspecto aún más sombrío a su ceñuda y tétrica fachada. El orín, en el metal de la imponente herradura de su puerta de roble, hacía que aparentase ser más antigua que cualquier otra cosa en el Nuevo Mundo. Como todo lo que tiene que ver con el delito, daba la impresión de no haber sido nueva jamás. Ante este deslucido edificio y entre él y las feas huellas de carreta de la calle, había un trozo de prado cubierto de bardana, cizaña y manzana de Perú, y de todo tipo de malezas que, evidentemente, encontraron buena tierra en aquel terreno que desde el principio sirvió para acoger a las negras flores de una sociedad civilizada: la prisión. Pero a un lado del portal, con las raíces hundidas casi en el mismo dintel, crecía un rosal silvestre cubierto, durante este mes de junio, de delicadas joyas que podría imaginarse ofrecían su fragancia y frágil belleza al prisionero que allí entraba, lo mismo que al criminal condenado por la justicia que de allí salía a cumplir con su sentencia, como un símbolo de que el insondable corazón de la naturaleza podía compadecerlo y ser bondadoso con él.

  • af Alexandre Dumas
    272,95 kr.

    Cuando nos oprime el infortunio y la desdicha, no falta alguien que se nos presente con la sonrisa en los labios, esperando hacernos partícipes de ambas, si la miseria no ha concluido aún del todo el prestigio de nuestra pretérita opulencia. Es, pues, tal prestigio, el que reúne en torno de nosotros a todas las personas que nos conocieron dobladas al peso de la desgracia. La baronesa Daglars, si bien había resistido ese gran peso, congregaba aún en su palacio a los principales caballeros de Gand y poseía el gozo de oír exaltar sus doradas salas en París, como en las que se sabía acoger a todos esos impíos elegantes de tapete verde y a quienes parece que no falta nunca el oro ni la voluntad de jugar, mientras haya escaso interés en conocer su vida privada. El orgulloso espíritu de la interesante baronesa Danglars, su figura esbelta y su rostro aristocráticamente pálido, donde brillaban o languidecían dos bellos ojos negros, cuando su endurecido pecho se dilataba con la expansión de un blanco sentimiento, o se comprimía dominado por la ambición, no era lo que menos concurrencia atraía a sus salones.

  • af Carpio
    227,95 kr.

    Macedonia, señor, su rey te llama. Ciñe la invicta y generosa frente, porque se sepa tu gloriosa fama del negro ocaso hasta el dorado Oriente; pues eres de tal tronco feliz rama, como él serás en gobernar tu gente, yo por rey te obedezco, y ruego al cielo que por tal te obedezca todo el suelo. Yo también beso tu valiente mano, que terror ha de ser en mar y en tierra, de mar y tierra, que aunque soy anciano, te prometo servir en paz y en guerra como al rey, mi señor, que algún villano en un sepulcro su valor encierra. ¡Tu padre era, señor, nada te impide! ¡Venga tu sangre, que venganza pide! Ya, queridos vasallos, que sujeto sólo me miro a mí, ya que mi mano el cetro regio goza, yo os prometo de mostrarme con todos tan humano que todos me tengáis por vuestro objeto. Premio al bueno daré, fin al tirano, y en todo cuanto pueda, siendo justo, haré, vasallos, sólo vuestro gusto. Y agora, porque, en fin, de mi grandeza todos participéis, haceros quiero merced. Efestïón, de la grandeza de almirante gozad, que así os prefiero por viejo.

  • af TIRSO DE MOLINA
    132,95 kr.

    DIONISIO: Éste es el sitio y la casa do asiste el cándido cuello que el cuerpo y alma se abrasa. Hizo Dios un ángel bello debajo de humana masa. Formó una excelsa escultura de tan divina hermosura, mostrando su gran poder, que se viene a conocer el Criador por la criatura. Hele dicho mi recuesta publicando mi tormento y lo que su amor me cuesta, mas es dar quejas al viento, que es recogida y honesta. Con rostro apacible y grave me dijo, "De eso se deje. No entregue al vicio la llave, porque tiene obras de hereje, aunque se muestra süave; apártese de este trato, que si le viene a entender, conocerá que es ingrato y suele caro vender, aunque le ofrece barato; y pierda la confianza, que en mí no ha de haber mudanza que en Dios he puesto la fe, y con esto alcanzaré el premio de mi esperanza." Y lo que más me atormenta, es que espero sin remedio, según he echado la cuenta, que no se podrá hallar medio que a mi voluntad consienta.

  • af H. G. Wells
    162,95 kr.

    El Viajero a través del Tiempo (pues convendrá llamarle así al hablar de él) nos exponía una misteriosa cuestión. Sus ojos grises brillaban lanzando centellas, y su rostro, habitualmente pálido, se mostraba encendido y animado. El fuego ardía fulgurante y el suave resplandor de las lámparas incandescentes, en forma de lirios de plata, se prendía en las burbujas que destellaban y subían dentro de nuestras copas. Nuestros sillones, construidos según sus diseños, nos abrazaban y acariciaban en lugar de someterse a que nos sentásemos sobre ellos; y había allí esa sibarítica atmósfera de sobremesa, cuando los pensamientos vuelan gráciles, libres de las trabas de la exactitud. Y él nos la expuso de este modo, señalando los puntos con su afilado índice, mientras que nosotros, arrellanados perezosamente, admirábamos su seriedad al tratar de aquella nueva paradoja (eso la creíamos) y su fecundidad. ¿Deben ustedes seguirme con atención. Tendré que discutir una o dos ideas que están casi universalmente admitidas. Por ejemplo, la geometría que les han enseñado en el colegio está basada sobre un concepto erróneo. ¿¿No es más bien excesivo con respecto a nosotros ese comienzo? ¿dijo Filby, un personaje polemista de pelo rojo.

  • af Benito Perez Galdos
    227,95 kr.

    LA MARQUESA DE MALAVELLA con sus dos hijos, DANIEL y JAIME, que entran por el parque. Después GABRIELA.LA MARQUESA.- Ya estamos... ¡Ay, hijos, me habéis traído a la carrera! (Volviéndose para contemplar el paisaje.) ¡Pero qué jardín, qué vegetación! Santa Madrona es un paraíso, y el amigo Moncada vive aquí como un príncipe.JAIME.- No verás posesión como esta en todo el término de Barcelona. ¡Y qué torre, qué residencia señoril! Cuando entro en ella, eso que llamamos espíritu parece que se me dilata, como un globo henchido de gas.DANIEL.- (meditabundo.) Cuando entro en ella, la hipocondría no se contenta con roerme; me devora, me consume. (Apártase de su madre y de Jaime, y cuando estos avanzan al proscenio, vuelve hacia el fondo contemplando la vegetación.)LA MARQUESA.- ¿Y Gabriela?JAIME.- (mirando hacia el comedor.) Ahora saldrá. Está dando la merienda a los niños.LA MARQUESA.- ¿Chiquillos, aquí?JAIME.- Sí, mamá: los seis hijos de Rafael Moncada, que han sido recogidos por su abuelo.LA MARQUESA.- Es verdad... ¡Pobres huerfanitos! (Entra Gabriela en traje de casa, muy modesto, con delantal.) Gabriela, hija mía, ángel de esta casa. (La besa cariñosamente.) ¿Pero cómo te las gobiernas para atender a tantas cosas?GABRIELA.- ¡Qué remedio tengo! Ya ve usted... Estoy hecha una facha. (Quitándose el delantal.) Les he dado la merienda, y ahora van de paseo con el ama y la institutriz. (Saludando a Daniel.) Dichosos los ojos...

  • af TIRSO DE MOLINA
    227,95 kr.

    ASER: ¿Hasta cuándo ha de durar el hambre de Palestina? HERBEL: Mientras no cesa el pecar no cesa la ira divina que nos quiere castigar. Tres años ha que olvidada la tierra que esteriliza nuestra suerte desdichada, la maldición profetiza de nuestro padre heredada. Mete el hambre el mundo a saco; ni a Ceres paga el agosto, ni el fértil otoño a Baco. ASER: Herbel, sin pan y sin mosto, todo estómago anda flaco. Comíme el año primero el ganado que tenía, sin dejar macho o carnero; los bueyes maté otro día, comiéndome carne y cuero. Mis tierras después vendí y comímelas también. Por pan mis alhajas di, y la casa que en Belén tuve, también me comí. Ni ya tengo qué vender, ni el hambre su rigor doma, pues de suerte viene a ser, que si no que a mí me coma, no tengo ya que comer.

  • af Juan Ruiz de Alarcon
    132,95 kr.

    Donde estamos? que castillo y que torres son aquellas? Esse lugar es Melilla, las torres su fortaleza. Porque me engañas, traydor? a Fez dizes que me lleuas, y a Melilla me has traydo, que es de Christianos frontera? Perdida soy; ay de mi; porque enemigas estrellas, hizistes de la desdicha tributaria la belleza. Triste yo, quien me diria ayer, quando hombres y seluas con libertad diuagaua, y mandaua con soberuia: que oy quando con blancas vrnas vertiesse la Aurora bella a los ayres oro en rayos, y a los campos plata en perlas. Yo tambien triste daria, a vn hombre estraño sujeta, lagrymas tiernas al suelo, y al viento llorosas quexas?

  • af Bram Stoker
    227,95 kr.

    Adam Salton pasó casualmente por el Empire Club de Sydney y se encontró con una carta de su tío abuelo. Poco menos de un año antes había tenido noticias del anciano caballero, Richard Salton, revelándole su parentesco y asegurándole que no había podido escribirle más pronto a causa de sus enormes dificultades en dar con el paradero de su sobrino nieto. Adam quedó muy complacido y respondió cordialmente; a menudo había oído a su padre hablar de la rama más antigua de la familia con quienes él y los suyos habían perdido el contacto hacía mucho tiempo. Había comenzado una interesante correspondencia. Adam abrió apresuradamente la carta que acababa de llegar, que contenía una amable invitación para instalars en Lesser Hill con su tío abuelo tanto tiempo como le fuera posible. «Verdaderamente, escribía Richard Salton, espero que se establezca aquí permanentemente. Usted sabe, mi querido muchacho, que nosotros somos los últimos descendientes de nuestra estirpe y sería conveniente que usted me sucediera cuando llegue el momento. En este año de 1860 voy a cumplir los ochenta y aun cuando nuestra familia es longeva, mi vida no puede prolongarse más allá de límites razonables. Estoy dispuesto a quererle y a proporcionarle un hogar junto a mí todo lo feliz que usted desee. Por lo tanto, venga tan pronto como reciba esta carta y compruebe la bienvenida que espero darle. Por si le facilitase las cosas, le envío una libranza bancaria de doscientas libras esterlinas. Venga pronto y podremos gozar juntos de algunos días felices. Si está a su alcance concederme el placer de su visita, envíeme lo antes posible una carta diciéndome cuándo debo esperarlo. Cuando llegue usted a Plymouth o Southampton, o a cualquier puerto a que esté destinado, espere a bordo, que me uniré a usted lo más pronto posible»

  • af Wilkie Collins
    132,95 kr.

    Hace algunos años, se contrató a un cantero para efectuar unos arreglos en la iglesia de Stratford-upon-Avon. Mientras se ocupaba de estas reparaciones, el cantero se las arregló ¿sin levantar sospechas, pensaba él¿ para fabricar un molde del busto de Shakespeare. Sin embargo, se descubrió lo que había hecho e, inmediatamente, las autoridades, encargadas de la custodia del busto original, lo amenazaron con penas y sanciones legales muy severas, aunque no especificaron de qué delito se le acusaba. El pobre hombre estaba tan asustado por las amenazas que rápidamente empaquetó sus herramientas y, cogiendo el molde, se marchó de Stratford. Después, el cantero expuso su caso a personas con capacidad para aconsejarle, quienes le dijeron que no debía temer ningún castigo y que, si consideraba que podría venderlos, hiciera tantos moldes del busto como quisiera y los pusiera a la venta en cualquier lugar. El cantero siguió el consejo, realizó cuidadosamente sus reproducciones del busto en bloques de mármol negro y vendió un gran número de ellas no solo en Inglaterra, sino también en América. Debe añadirse que este cantero había destacado siempre por su extraordinaria veneración a Shakespeare, que llevó a tal extremo que llegó a asegurar al amigo ¿de quien luego recibí esta información¿ que él, que era viudo, ¡se habría vuelto a casar solo si hubiera conocido a una mujer que fuera descendiente directa de William Shakespeare!

  • af Franz Kafka
    132,95 - 167,95 kr.

  • af Jose Maria De Pereda
    132,95 - 272,95 kr.

  • af Honore De Balzac
    132,95 kr.

    Uno de los espectáculos que más espanto puede causar es, sin duda alguna, el aspecto general del vecindario parisino, gente feísima de ver y de color quebrada, gente amarilla y curtida. ¿No es acaso París un campo amplísimo que trastorna continuamente una tempestad de intereses bajo la que gira el torbellino de una cosecha de hombres que la muerte siega con mayor frecuencia que en otros lugares y vuelven a nacer en idéntica estrechez, hombres cuyos rostros enrevesados y tortuosos rezuman por todos los poros el alma, los deseos, los venenos que preñan sus cerebros, no ya rostros, sino máscaras, máscaras de flaqueza, máscaras de fuerza, máscaras de miseria, máscaras de alegría, máscaras de hipocresía, todas ellas exhaustas, todas ellas impregnadas de las marcas indelebles de una anhelante avidez? ¿Qué ansían? ¿Oro o placer?

  • af Edgar Allan Poe
    227,95 kr.

    Cuando regresé hace algunos meses de los Estados Unidos, después de la extraordinaria serie de aventuras en los mares del Sur y otras partes, cuyo relato doy en las páginas siguientes, la casualidad me hizo conocer a varios caballeros de Richmond (Virginia), quienes, tomando un profundo interés en todo cuanto se relaciona con los parajes que había visitado, me apremiaban incesantemente a cumplir con lo que ya constituía en mí un deber ¿decían¿ de dar mi relato al público. Sin embargo, yo tenía varias razones para rehusarme: unas de naturaleza enteramente personal; las otras, es cierto, algo diferentes. Una de las consideraciones que particularmente me retraía era el hecho de que, no habiendo escrito un diario durante la mayor parte de mi ausencia, temía no poder redactar de memoria una relación lo bastante minuciosa, con suficiente ilación para obtener toda la fisonomía de la verdad ¿relato que sería, no obstante, la expresión real¿, no conllevando más que aquella natural, inevitable exageración, hacia la cual estamos todos inclinados cuando describimos acontecimientos cuya influencia ha ejercido su poder activo sobre las facultades de la imaginación. Otra de las razones era que los incidentes dignos de ser mencionados resultaban de una naturaleza tan maravillosa que no podía esperar que se me diera crédito, ya que mis afirmaciones no tenían más base que ellas mismas (salvo el testimonio de un solo individuo, y éste mitad indio), aparte mi familia y mis amigos, quienes en el curso de mi vida tuvieron ocasión de alabar mi veracidad; pero, según todas las probabilidades, el gran público tomaría mis asertos como impudentes e ingeniosas mentiras. Debo también manifestar que mi desconfianza en mi talento como escritor era una de las causas principales que me impedían ceder a las sugestiones de mis consejeros.

  • af Miguel de Cervantes Saavedra
    132,95 kr.

    ESCIPIÓN: Esta difícil y pesada carga que el senado romano me ha encargado tanto me aprieta, me fatiga y carga que ya sale de quicio mi cuidado. De guerra y curso tan extraña y larga y que tantos romanos ha costado, ¿quién no estará suspenso al acaballa? ¡Ah! ¿Quién no temerá de renovalla?JUGURTA: ¡Quién, Cipión? Quien tiene la ventura, el valor nunca visto que en ti encierras, pues con ella y con él está segura la victoria y el triunfo de estas guerras.ESCIPIÓN: El esfuerzo regido con cordura allana al suelo las más altas sierras, y la fuerza feroz de loca mano áspero vuelve lo que está más llano; mas no hay que reprimir, a lo que veo, la fuerza del ejército presente, que, olvidado de gloria y de trofeo, ya embebido en la lascivia ardiente; y esto sólo pretendo, esto deseo; volver a nuevo trato nuestra gente, que, enmendando primero al que es amigo, sujetaré más presto al enemigo. ¡Mario!MARIO: ¿Señor?ESCIPIÓN: Haz que a noticia venga de todo nuestro ejército, en un punto, que, sin que estorbo alguno le detenga, parezca en este sitio todo junto, porque una breve plática de arenga les quiero hacer.

  • af Emilia Pardo Bazán
    132,95 kr.

    Fue sorpresa muy grande para todo Marineda el que se rompiesen las relaciones entre Germán Riaza y Amelia Sirvián. Ni la separación de un matrimonio da margen a tantos comentarios. La gente se había acostumbrado a creer que Germán y Amelia no podían menos de casarse. Nadie se explicó el suceso, ni siquiera el mismo novio. Solo el confesor de Amelia tuvo la clave del enigma. Lo cierto es que aquellas relaciones contaban ya tan larga fecha, que casi habían ascendido a institución. Diez años de noviazgo no son grano de anís. Amelia era novia de Germán desde el primer baile a que asistió cuando la pusieron de largo. ¡Que linda estaba en el tal baile! Vestida de blanco crespón, escotada apenas lo suficiente para enseñar el arranque de los virginales hombros y del seno, que latía de emoción y placer; empolvado el rubio pelo, donde se marchitaban capullos de rosa. Amelia era, según se decía en algún grupo de señoras ya machuchas, un "cromo", un "grabado" de La Ilustración. Germán la sacó a bailar, y cuando estrechó aquel talle que se cimbreaba y sintió la frescura de aquel hálito infantil perdió la chaveta, y en voz temblorosa, trastornado, sin elegir frase, hizo una declaración sincerísima y recogió un sí espontáneo, medio involuntario, doblemente delicioso. Se escribieron desde el día siguiente, y vino esa época de ventaneo y seguimiento en la calle, que es como la alborada de semejantes amoríos. Ni los padres de Amelia, modestos propietarios, ni los de Germán, comerciantes de regular caudal, pero de numerosa prole, se opusieron a la inclinación de los chicos, dando por supuesto desde el primer instante que aquello pararía en justas nupcias así que Germán acabase la carrera de Derecho y pudiese sostener la carga de una familia.

  • af TIRSO DE MOLINA
    132,95 kr.

    ACAB Por más que inmortalice, eterna en sus murallas Babilonia, a Semíramis su Reina y su fama felice, diosa de las batallas; lauros la ciña cuando Ofires peina, pues sin cuidar prendellos, causando al Asia espantos y ocasionando simulacros tantos, opuesta al sol, enarboló cabellos; su fama en vos admiro, luz de Sidón, Semíramis de Tiro. Guerra es también la caza, estratagemas tiene, inventa ardides y emboscadas pone; vos de la misma traza (cuando en triunfo solene mis sienes manda Marte que corone del árbol fugitivo, al dios planeta esquivo) porque Moab postrado, sujeto a vuestro Acab, parias le ha dado, divino cazadora, triunfos de fieras blasonéis, Aurora. Envidia tengo al ave que ejecutando vuela (rayo veloz de pluma) altanerías; si lo que goza sabe no ha menester pigüelas que en las alas repriman osadías; en cárcel generosa alcándara es hermosa de cristal transparente vuestra mano: si en ella favor siente que mi fortuna pueda hacer dichosa, la garza que hay más bella renunciará por no apartarse della. Provincia es tributaria Moab (por mí abatida) de Israel, porque en dichas trueque quejas; su rey pecha a Samaria, en cambio de su vida, cada año para vos cien mil ovejas: vellocinos de plata daros en ellas trata, que se blasonen dignos como el de Colcos, ser del cielo signos y el múrice convierta en escarlata, porque Jezabel pueda anteponer la púrpura a la seda. Cargados mil camellos de marfil y oro puro, espolios son que os sirvan de tesoro, con que alcázares bellos os labre (que procuro palacios de marfil a deidad de oro). Hónrenlos vuestros ojos y mezclando despojos de la caza y la guerra, yo valles conquistando, vos la sierra, vencedores los dos: lloren enojos enemigos agravios, mientras este cristal sellan mis labios.

  • af Lope de Vega
    227,95 kr.

    LUISAEs cosa lo que ha pasado Para morirse de risa.DOÑA MARÍA¿Tantos papeles, Lüisa, Esos Narcisos te han dado?LUISA ¿Lo que miras dificultas? DOÑA MARÍA ¡Bravo amor, brava fineza!LUISANo sé si te llame alteza Para darte estas consultas.DOÑA MARÍAÁ señoría te inclina, Pues entre otras partes graves, Tengo deudo, como sabes, Con el duque de Medina.LUISAEs título la belleza Tan alto, que te podría Llamar muy bien señoría, Y aspirar, Señora, á alteza.DOÑA MARÍA¡Lindamente me conoces! Dasme por la vanidad.LUISANo es lisonja la verdad, Ni las digo, así te goces. No hay en Ronda ni en Sevilla Dama como tú.DOÑA MARÍAYo creo, Lüisa, tu buen deseo.

  • af Élisée Reclus
    132,95 kr.

    Encontrábame triste, abatido, cansado de la vida: el destino me había tratado con dureza, arrebatándome seres queridos, frustrando mis proyectos, aniquilando mis esperanzas: hombres á quienes llamaba yo amigos, se habían vuelto contra mi, al verme luchar con la desgracia: toda la humanidad, con el combate de sus intereses y sus pasiones desencadenadas, me causaba horror. Quería escaparme á toda costa, ya para morir, ya para recobrar mis fuerzas y la tranquilidad de mi espíritu en la soledad.Sin saber fijamente á dónde dirigía mis pasos, salí de la ruidosa ciudad y caminé hacia las altas montañas, cuyo dentado perfil vislumbraba en los límites del horizonte.Andaba de frente, siguiendo los atajos y deteniéndome al anochecer en apartadas hospederías. Estremecíame el sonido de una voz humana ó de unos pasos: pero, cuando seguía solitario mi camino, oía con placer melancólico el canto de los pájaros, el murmullo de los ríos y los mil rumores que surgen de los grandes bosques.Al fin, recorriendo siempre al azar caminos y senderos, llegué á la entrada del primer desfiladero de la montaña. El ancho llano rayado por los surcos se detenía bruscamente al pie de las rocas y de las pendientes sombreadas por castaños. Las elevadas cumbres azules columbradas en lontananza habían desaparecido tras las cimas menos altas, pero más próximas. El río, que más abajo se extendía en vasta sábana rizándose sobre las guijas, corría á un lado, rápido é inclinado entre rocas lisas y revestidas de musgo negruzco. Sobre cada orilla, un ribazo, primer contrafuerte del monte, erguía sus escarpaduras y sostenía sobre su cabeza las ruinas de una gran torre, que fué en otros tiempos guarda del valle. Sentíame encerrado entre ambos muros; había dejado la región de las grandes ciudades, del humo y del ruido; quedaban detrás de mi enemigos y amigos falsos.

  • af TIRSO DE MOLINA
    132,95 kr.

    ROBERTO: Dirás que no es necedad la caza, en que el tiempo pierdes y lo mejor de tu edad, pues pasas los años verdes, Carlos, en la soledad. Un filósofo decía que sólo un bruto podía vivir en ella contento; que al humano entendimiento agrada la compañía. Tú, entre robles y entre tejos, gustas de andar todo el año, siempre de la corte lejos, sin que te escarmiente en daño ni te enfrenen los consejos. Donde vas tras un halcón que, remontado y perdido, imita tu inclinación. CARLOS: Los criados siempre han sido, Roberto, de una opinión. ¿Cuándo el gusto en el servicio pareció del dueño bien? Porque es murmurar su oficio, y estar quejosos también de poca lealtad indicio. Nuestros altos pensamientos desdicen de los intentos que tenéis siempre vosotros, y nunca estáis de nosotros satisfechos ni contentos. Somos, cuando no gastamos, miserables; cuando hacemos grandezas, locos estamos, si callamos, no sabemos; si somos graves, cansamos; la llaneza nos estraga, nada intentamos sin paga; no hay cuando más les obliga hombre que verdad nos diga ni bien de balde nos haga; nunca tenemos amigos, porque son nuestros criados necesarios enemigos.

  • af Alphonse Martainville
    132,95 kr.

    CUPIDO.- ¡Insensato! ¿Qué haces?JUAN.- ¡Gran Dios! ¡Qué prodigio! ¡Eh! ¿No lo dije yo que todo me ha de salir mal, cuando no puedo lograr ni aun matarme?CUPIDO.- ¿Matarte? Tonto, ¿y por qué?JUAN.- Me gusta la pregunta. Después de haber causado tú solo mis males, niño maligno, ¿aún preguntas qué motivos tengo para aborrecer la vida?CUPIDO.- Calla, calla, que eres tú más niño que yo. Pues, hombre, si todos los que tienen quejas de mí recurrieran al suicidio, ¿dónde iba a parar el mundo? ¡Ay, cuántas viudas!JUAN.- ¿Qué quieres? Viéndome o creyéndome abandonado de ti, la muerte me pareció mi único amparo. Acudí a ella con franqueza... porque, ya ves, yo he sido médico. (Se ríe CUPIDO.) Vamos, no deja de ser mérito.CUPIDO.- Pero, ¿y de dónde, ingrato, pudiste inferir que yo te abandonaba? Así sois todos: al menor contratiempo me acusáis, cuando vuestra pusilanimidad o vuestra natural inconstancia siempre son las únicas causas de los males que me atribuís. Cansados de la perseverancia que exijo de todos los que aspiran a mis favores, el uno va cada día a imitar hipócritamente a los pies de nueva dama un lenguaje que no inspiro yo más de una vez, y luego dicen: «Ya se ve, como ese picarillo tiene alas...». Otro, tomándolo más a lo vivo, se desespera, se mata. «El amor es un monstruo», exclaman todos. Pobre de mí, y cuán injustos son los mortales con un pobre niño que...

  • af Federico Ruiz Morcuende
    132,95 kr.

    Pues sepa vuestra merced ante todas cosas que a mí llaman Lázaro de Tormes hijo de Thomé González y de Antona Pérez, naturales de Tejares, aldea de Salamanca. Mi nascimiento fué dentro del río Tormes, por la cual causa tomé el sobrenombre, y fué desta manera. Mi padre, que Dios perdone, tenía cargo de proveer una molienda de una aceña, que está ribera de aquel río, en la cual fué molinero más de quince años. Y estando mi madre una noche en la aceña (nascí), de manera que con verdad me pueden decir nascido en el río.Pues siendo yo niño de ocho años, achacaron a mi padre ciertas sangrías mal hechas en los costales de los que allí a moler venían, por lo cual fué preso y confesó y no negó y padesció persecución por justicia. Espero en Dios que está en la gloria, pues el Evangelio los llama bienaventurados. En este tiempo se hizo cierta armada contra los moros, entre los cuales fué mi padre, que a la sazón estaba desterrado por el desastre ya dicho, con cargo de acemilero de un caballero que allá fue. Y con su señor, como leal criado, fenesció su vida.Mi viuda madre, como sin marido y sin abrigo se viese, determinó arrimarse a los buenos por ser uno dellos, y vínose a vivir a la ciudad, y por evitar peligro y quitarse de malas lenguas se fué a servir a los que al presente vivían en el mesón de la Solana.

  • af Gaspar Nunez De Arce
    132,95 kr.

    LA PESCA - I -¡Cuántas veces sentado en tu ribera, ¡oh mar! como si oyera la abrumadora voz de lo infinito, ha despertado en la conciencia mía honda melancolía, tu atronador, tu interminable grito!- II -Todo enmudece y cae en el misterio: el poderoso imperio que la tierra asoló con sus batallas; hasta los dioses que de polo á polo temidos son; tú sólo sientes rodar los siglos, y no callas.- III -No callas, y hasta el alto firmamento sube tu ronco acento, y cuando revolviéndote en ti mismo ruges furioso, en tus entrañas late el horror del combate que empeña el huracán con el abismo.

  • af Cirilo Villaverde
    132,95 kr.

    No se figure el lector por el título que hemos dado a esta historia, que vamos a introducirlo en uno de aquellos talleres de peinetería, tan numerosos aquí, en tiempos que la peineta era el primer adorno de la cabeza de nuestras damas y en que la concha de carey constituía uno de nuestros pocos ramos de industria. Muy lejos de eso, queremos que el amigo lector nos acompañe a uno de los barrios más silenciosos y tristes de esta ciudad, donde no se oyera ni se ha oído nunca el martillar del platero, ni el golpear del zapatero, ni el crujir de las telas entre las cortantes tijeras del mercader.Así como las ciudades marítimas en contacto con otras ciudades extranjeras no son las más convenientes para estudiar las costumbres e índole de los pueblos, del mismo modo los lugares públicos, no son los más a propósito para comprender la vida íntima de una sociedad. Toda población es un gran teatro: los mercados, los tribunales, las plazas, los paseos, los salones filarmónicos, todos los sitios, en fin, donde el hombre se ostenta como verdugo, como víctima, o como espectador, no son otra cosa que el proscenio -muy diferente es en verdad la escena, el papel que representa en la trastienda, en el gabinete, o en chiribitil-: porque al hombre particular sucede lo contrario que al verdadero actor de una comedia o un drama. Éste, aun cuando ante el público se desnudara del traje con que se había disfrazado, quedaba siempre actor. Pero el hombre no. En la escena del mundo, su disfraz no consiste precisamente en los vestidos más o menos costosos que viste, sino en la expresión que por conveniencia, o por hábito o índole, da a su fisonomía, y con la que se presenta a tejer la tela de la vida.

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