Bag om La pata de cabra
CUPIDO.- ¡Insensato! ¿Qué haces?
JUAN.- ¡Gran Dios! ¡Qué prodigio! ¡Eh! ¿No lo dije yo que todo me ha de salir mal, cuando no puedo lograr ni aun matarme?
CUPIDO.- ¿Matarte? Tonto, ¿y por qué?
JUAN.- Me gusta la pregunta. Después de haber causado tú solo mis males, niño maligno, ¿aún preguntas qué motivos tengo para aborrecer la vida?
CUPIDO.- Calla, calla, que eres tú más niño que yo. Pues, hombre, si todos los que tienen quejas de mí recurrieran al suicidio, ¿dónde iba a parar el mundo? ¡Ay, cuántas viudas!
JUAN.- ¿Qué quieres? Viéndome o creyéndome abandonado de ti, la muerte me pareció mi único amparo. Acudí a ella con franqueza... porque, ya ves, yo he sido médico. (Se ríe CUPIDO.) Vamos, no deja de ser mérito.
CUPIDO.- Pero, ¿y de dónde, ingrato, pudiste inferir que yo te abandonaba? Así sois todos: al menor contratiempo me acusáis, cuando vuestra pusilanimidad o vuestra natural inconstancia siempre son las únicas causas de los males que me atribuís. Cansados de la perseverancia que exijo de todos los que aspiran a mis favores, el uno va cada día a imitar hipócritamente a los pies de nueva dama un lenguaje que no inspiro yo más de una vez, y luego dicen: «Ya se ve, como ese picarillo tiene alas...». Otro, tomándolo más a lo vivo, se desespera, se mata. «El amor es un monstruo», exclaman todos. Pobre de mí, y cuán injustos son los mortales con un pobre niño que...
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