Bag om LA MONTAÑA
Encontrábame triste, abatido, cansado de la vida: el destino me habÃa tratado con dureza, arrebatándome seres queridos, frustrando mis proyectos, aniquilando mis esperanzas: hombres á quienes llamaba yo amigos, se habÃan vuelto contra mi, al verme luchar con la desgracia: toda la humanidad, con el combate de sus intereses y sus pasiones desencadenadas, me causaba horror. QuerÃa escaparme á toda costa, ya para morir, ya para recobrar mis fuerzas y la tranquilidad de mi espÃritu en la soledad.
Sin saber fijamente á dónde dirigÃa mis pasos, salà de la ruidosa ciudad y caminé hacia las altas montañas, cuyo dentado perfil vislumbraba en los lÃmites del horizonte.
Andaba de frente, siguiendo los atajos y deteniéndome al anochecer en apartadas hospederÃas. EstremecÃame el sonido de una voz humana ó de unos pasos: pero, cuando seguÃa solitario mi camino, oÃa con placer melancólico el canto de los pájaros, el murmullo de los rÃos y los mil rumores que surgen de los grandes bosques.
Al fin, recorriendo siempre al azar caminos y senderos, llegué á la entrada del primer desfiladero de la montaña. El ancho llano rayado por los surcos se detenÃa bruscamente al pie de las rocas y de las pendientes sombreadas por castaños. Las elevadas cumbres azules columbradas en lontananza habÃan desaparecido tras las cimas menos altas, pero más próximas. El rÃo, que más abajo se extendÃa en vasta sábana rizándose sobre las guijas, corrÃa á un lado, rápido é inclinado entre rocas lisas y revestidas de musgo negruzco. Sobre cada orilla, un ribazo, primer contrafuerte del monte, erguÃa sus escarpaduras y sostenÃa sobre su cabeza las ruinas de una gran torre, que fué en otros tiempos guarda del valle. SentÃame encerrado entre ambos muros; habÃa dejado la región de las grandes ciudades, del humo y del ruido; quedaban detrás de mi enemigos y amigos falsos.
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