Bag om Las Ilusiones Perdidas II
Ni Lucien, ni madame de Bargeton, ni Gentil, ni Albertine, la doncella, hablaron nunca de los incidentes de este viaje, pero es de creer que la continua presencia de gente lo hizo muy poco grato para un enamorado que esperaba todos los placeres de un rapto. Lucien, que corría la posta por primera vez en su vida, se quedó muy sorprendido al ver que en el camino de Angulema a París iba dejándose casi la totalidad de la suma que pensaba destinar a sus gastos de un año en París. Como los hombres que unen los encantos de la infancia a la fuerza del talento, cometió el error de expresar su ingenua sorpresa ante este tipo de cosas nuevas para él. Un hombre debe estudiar bien a una mujer antes de dejarle entrever sus emociones y pensamientos tal como surgen. Una amante, tan mayor como afectada, se sonríe ante tales infantilismos y los comprende; pero por poca vanidad que tenga, no perdonará a su enamorado el que se haya mostrado pueril, fatuo o mezquino. Muchas mujeres son tan exageradas en su culto, que quieren encontrar siempre un dios en su ídolo, mientras que las que aman a un hombre más por lo que es que por sí mismas adoran sus pequeñeces tanto como sus grandezas. Lucien no había comprendido aún que en madame de Bargeton el amor descansaba sobre el orgullo. Cometió el error de no explicarse determinadas sonrisas que se le escaparon a Louise durante aquel viaje, cuando, en vez de dominarlas, se dejaba llevar por sus gentilezas de ratoncillo salido de su agujero.
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