Bag om VELLIDO DOLFOS
VELLIDO. RAMIRA. VELLIDO Locura es mi pasión, yo lo confieso, pero es mi bien, mi vida esta locura. Hidalgo pobre, campeón oscuro, no puedo yo esperar la gloria suma que a príncipes tan sólo y ricos-hombres es dado ambicionar; mas por ventura ¿se aprende entre las ásperas montañas do tosca y libre se meció mi cuna, se aprende entre el furor de los combates a vencer un amor que al alma adula, y a no llevar el hombre sus deseos más allá que su nombre y su fortuna? ¡Adorar a una infanta de Castilla, a quien Zamora llama Reina suya!... ¿Por qué no, si esa infanta, si esa reina prodigio es de valor y de hermosura, y ojos para mirarla diome el cielo y altivo corazón donde se esculpa su grata imagen con buril ardiente que al hielo desafíe de la tumba? ¿Por qué... cómo no amarla si en su rostro al celeste esplendor que me deslumbra hoy adverso destino los encantos de lágrimas dolientes acumula? Blanco infelice de opresión tirana, de alevosa ambición víctima injusta, llora enemigo atroz al propio hermano que acarició no ha mucho su ternura. Los vínculos sagrados de la sangre rompe don Sancho con horrenda furia, y en vez de protegerla con su escudo contra débil mujer la lanza empuña. No bastan a su bárbara codicia Castilla y Portugal, León y Asturias: no basta despojar a sus hermanos de la herencia paterna y que sucumban, Alfonso mendigando el pan de un moro, preso García y olvidado en Luna; que también a dos míseras princesas, sangre suya las dos y prole augusta del gran Fernando cuyo nombre infama, la escasa dote sin rubor usurpa. Hermosa, y noble, y perseguida, y sola, el que no la idolatra, ese la injuria. En vano ya los ojos y los labios se niegan a mostrar la llama oculta. No más callar. Martirio es el silencio. Hoy, Ramira, mi fallo se pronuncia. Hoy sabrá que la adoro, aunque a sus plantas el rayo de su enojo me confunda.
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