Bag om CASA DE LOCOS DE AMOR
Una mañana de las de enero, señor Lorenzo, que el frío y la pereza me embargaron el cuerpo en mi cama más de lo acostumbrado, consultando un pensamiento amoroso con la almohada (gran maestra de fábricas de viento), me hallé tan lejos de mi como cerca de un desengaño, que se me representó en la idea de la locura de amor. Parecióme oír aquel verso que Virgilio tomó de Teócrito:
Ah, Coridon, Coridon, qua te dementia caepit
Y sin ver por dónde fui llevado, me hallé en un prado más deleitoso y ameno que lo suelen mentir poetas de primera tonsura, que cursando los primeros años en las flores de los jardines, pasan luego a las Indias por tesoros, con que, según piensan, enriquecen sus pobres papeles. Allí vi dos claros arroyos, uno de amargas, otro de dulces aguas, juntarse con tan sonoro murmullo, que lisonjeaban los oídos de los por la ribera pasaban; y vi que con esta agua templaba amor el oro de sus flechas, según colegí de los oficiales, ministros suyos, que en esto se ocupaban. Por estas señas pensé que estaba en los celebrados jardines de Chipre, y ya quería buscar aquella memorable colmena de donde salió la abeja que se atrevió a picar al señor Cupido, y dio ocasión a Anacreonte a hacer aquella dulcísima oda. Y no pensaba mal, pues las mismas señas da el Poliziano en su Historia:
Sentesi un grato mormorie dell¿ende Che fen duo freachi e lucidi ruscelli Versando dolce con amar¿liquere Ove arma de l¿oro de¿suoi streli Amore.
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