Bag om Tarzán de los Monos
Al oír la detonación del arma de fuego, un marasmo de temores y aprensiones agónicos sacudió el espíritu de Clayton. Se daba perfecta cuenta de que el autor del disparo podía ser uno de los marineros, pero el hecho de haber dejado el revólver a Jane, junto con la circunstancia de tener los nervios de punta, le sugirió la morbosa certeza de que la muchacha se encontraba en grave peligro. Era posible, incluso, que estuviera defendiéndose frente a algún individuo o bestia salvaje. A Clayton le era imposible adivinar lo que opinaba aquel hombre extraño que le había capturado, pero saltaba a la vista que oyó el disparo y que de una u otra manera le afectó, ya que había apresurado el paso de un modo notable, hasta el punto de que Clayton, que avanzaba a ciegas tras él, tropezó una docena de veces mientras se esforzaba inútilmente en mantener su ritmo de marcha. El joven inglés no tardó en quedar desesperadamente rezagado. Temió volver a extraviarse irremediablemente en la selva y, para evitar semejante contingencia, avisó a voces al salvaje que le precedía. Instantes después tuvo la satisfacción de verlo aterrizar a su lado, procedente de las ramas de un árbol.
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